¿Un gobierno sin reformas?

Al suscrito no le cabe la menor duda de que el gobierno de Martín Vizcarra será infinitamente superior al de la pasada administración PPK. La razón es simple: este gobierno gobernará. Nada más. No delegará al infinito —como sucedió en el pepekausismo—, creando en el Ejecutivo estrategias autónomas que pueden llevar a lo que contemplamos: uno de los peores enfrentamientos entre Ejecutivo y Legislativo. En ese contexto, la reconstrucción del norte avanzará, el Estado recuperará autoridad en áreas muy sensibles y la economía saldrá de su postración.

Algo más. Las relaciones Ejecutivo y Legislativo encontrarán carriles adecuados porque el presidente Vizcarra y el presidente del Consejo de Ministros, César Villanueva, saben mucho más de política y de gestión que todas las estrellas mediáticas de los dos gabinetes de PPK. No hemos reparado en ese importante detalle por nuestro extremado limeñismo en el análisis.

Si bien el Gabinete Villanueva expresa una amplia coalición de sectores que convergen para organizar la transición del desastre pepekausa (hay que esperar la medición de la pobreza y la anemia del 2017 para comprender la magnitud de la tragedia) es incuestionable que en la existencia de un sector de ministros proinversión y otro anti inversión, están las posibilidades y límites de los hombres del Presidente.

Las declaraciones de los ministros nos revelan la nueva voluntad de volver a gobernar, pero también una especie de renuncia a las urgentes reformas que el Perú necesita para recuperar viabilidad. Como solo los políticos saben de política, existe la posibilidad de que estemos contemplando la vieja estrategia de los políticos con nervio, que entienden que a las grandes transformaciones se llega en silencio. Ojalá así sea. La voluntad de mezclar el agua y el aceite en el Gabinete, entonces, solo revelaría la urgencia de organizar la salida del fiasco PPK. Veremos.

Sin embargo, también existe la posibilidad de que las mezclas lo desfiguren todo y asistamos al desarrollo de un gobierno cumplidor, pero extremadamente mediocre. Por ejemplo, el ministro David Tuesta podría lograr equilibrar la trayectoria fiscal hacia el 2021, al mismo tiempo que se bloquean inversiones vitales en Tía María y Michiquillay por la abierta oposición de Liliana la Rosa, ministra del Midis. En el caso de la informalidad y la reforma laboral, el titular de Trabajo, Christian Sánchez, hasta hoy se ha dedicado a evadir cualquier compromiso con los cambios. Y en el caso de Educación existe la triste posibilidad del regreso del saavedrismo.

En cualquier situación esa contradicción entre ministros proinversión y anti inversión debe resolverse. A veces los izquierdistas en la cumbre más alta logran ver todo el panorama y se vuelven reformadores audaces. Puede ser. Pero casi siempre este tipo de contradicciones tienen que resolverse con remozamientos del Gabinete, sobre todo considerando que el gobierno de Vizcarra tiene tres largos años por delante, en los cuales se puede reescribir la reciente historia del país.

Y, sobre todo, porque el gobierno de Vizcarra tiene un amplio apoyo del Congreso y comienza a convertirse en una administración con respaldo popular. En cualquier caso, hay pocos argumentos para evitar emprender las reformas institucionales, del sistema de justicia, de la legislación laboral, de la educación y la salud, así como la solución de los problemas de infraestructura.

Si el gobierno de Vizcarra emprende esas reformas, el Perú volverá a crecer a velocidad de crucero. Y el Presidente se convertirá en el primer jefe de Estado que superó la polarización fujimorismo versus antifujimorismo, que envileció a las instituciones y casi termina liquidando la economía de mercado.