Luis Hernández Patiño

¿A quiénes se parecen nuestros malos políticos?

Adultos que explotan a los niños en una forma inmisericorde

¿A quiénes se parecen nuestros malos políticos?
Luis Hernández Patiño
21 de junio del 2018

 

La forma de actuar de un considerable número de nuestros políticos es realmente inquietante, cuando no indignante. Uno podría pensar que los dirigentes nuestros iban a asumir una actitud muy distinta de la actual, luego de todo lo que nos ha ocurrido como país. Era de suponer que ya habíamos padecido lo suficiente como para haber madurado; pero no, todo lo contrario.

Yo ingresé a la política cuando tenía 23 tres años de edad, y lo hice realmente ilusionado. Nunca esperé ser testigo de casos, cosas y momentos como los que hoy se pueden observar. Pero ahí están los hechos: el grado de bajeza con que algunos de nuestros malos políticos se venden y se compran resulta repugnante. Hay la sensación de que la docilidad mercantilista de los que se prestan al cambalache ya no deja a nadie con la boca abierta. Aquella docilidad se ha vuelto algo común y corriente.

La incontinencia que se ha ido macerando en nuestros malos políticos frente a un platito de lentejas o un puñado de nueces no tiene nombre. Y todo esto ante tantas necesidades básicas no satisfechas, especialmente en los sectores más vulnerados de nuestra población. Resulta pues increíble cómo el reino del egoísmo y la traición se ha impuesto entre nuestros malos políticos. Estos parecen no tener ningún inconveniente a la hora de poner a hervir su dignidad en una olla a cambio de alguna prebenda. Ni siquiera en tiempo de navidad se contienen. Ya tú sabes cómo es la nuez, compadre. Y se podría ir agregando más a la lista.

¿Pero a quiénes se parecen nuestros malos políticos? Yo ya tenía alguna idea al respecto y lo pude constatar hace unas noches cuando regresaba a mi casa en un taxi. En uno de los semáforos, una niña de diez años se acercó a la ventana del chofer y le ofreció unas golosinas. Él le contestó que no, con buenos modales; pero la niña no correspondió con las mismas formas. Por el contrario, tuvo una actitud violenta. Su reacción fue preguntar en una forma altanera: “¿Por qué no me va a comprar?”.

En la práctica, aquella vendedorcita no era ni más ni menos que integrante de todo un sector infantil que es cruelmente explotado; no solo por los mayores como tales, sino desgraciadamente por sus padres. El taxista me empezó a conversar sobre casos de explotación y malos tratos que él mismo había visto en niños que trabajaban bajo presión para regresar a sus casas con dinero, porque de lo contrario… Bueno, ya se sabe lo que les esperaba.

Nuestros malos políticos, pues, se parecen a esos padres y adultos que explotan a los niños en una forma inmisericorde. Se parecen a esos padres que son capaces de abandonar y hasta negar a sus hijos. ¿Pero habrá tan solo un parecido entre ambos grupos? ¿No existirá algún tipo de relación entre ellos? Me lo pregunto porque quién sabe si, por esas cosas de la vida, nuestros malos políticos no resultarán elegidos de entre aquellos padres de tan mala entraña. Y hay algo más que me preocupa: no vaya a ser que esos niños, hoy maltratados, terminen siendo nuestros malos políticos de mañana.

Quiero dejar bien claramente establecido que no todos los políticos son malos. Lo que ocurre es que hay malos, de diferentes clases sociales, que se aventuran a probar suerte como políticos. Y lo preocupante es que la maldad de estos es adquirida desde muy temprano, para luego ser retransmitida en cadena, de generación en generación. Por eso es que el tema debe llamar nuestra atención en forma urgente.

¿Qué hacer entonces para contar con mejores políticos, con políticos diferentes? Para mí hay algo bien concreto: debemos ir más allá de quedarnos repitiendo aquello de que la familia es la célula básica de la sociedad. A esa célula básica debemos brindarle todo el apoyo que requiere: el Estado debe dedicarle los recursos que muchas veces distrae y que, como hemos podido ver, han sido utilizados como mermelada. El Estado no puede darle la espalda a sus obligaciones. Solo así la familia cumplirá con el propósito que su propia naturaleza le asigna: ser el almácigo en el que se debe iniciar la formación de los ciudadanos que, a su turno, se convertirán en nuestros políticos de mañana.

El tema de nuestros malos políticos es solo una muestra de lo compleja que resulta la problemática situacional de nuestra sociedad. Pero algo más: es un síntoma de la urgente necesidad que estamos enfrentando de asumir toda una actitud profamilia de parte del Estado; lo cual no es sinónimo de una actitud estatista en contra de la familia. No puede ser que, cuanto más falta nos hace, la familia esté bajo un permanente y despiadado ataque de tipo ideológico. Menos aún puede ser que semejante ataque cuente con recursos del Estado. Eso no lo podemos permitir. Si la familia es la célula básica de la sociedad, atacar a esta cuando más se le necesita resulta innoble, por decir lo menos.

A nuestra nación no puede irle bien si a nuestra familia le va mal. Apoyemos a la familia para que la nación no caiga en manos de cualquiera. La familia sí puede ser el bastión de resistencia ante algún intento de neoconquista. No la abandonemos.

 

Luis Hernández Patiño
21 de junio del 2018

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