¿Atrapados sin salida?

Hay un diluvio de destapes y análisis políticos en la TV, diarios y revistas, en los que compiten las voces de connotados especialistas. Han aumentado las informaciones y programas de análisis en varios idiomas, todos basados en corresponsalías claramente cautelosas; salvo las alineadas en corrientes o tendencias mundiales o regionales. No es lo mismo ver BBC, DW, RTE y CNN que los medios de Cuba y Venezuela.

Aquí, en el Perú, ante todo imperan el anti, los prejuicios y condenas compartidos por muchas personas con una visión del proceso peruano que se ancla en el fin del Gobierno de García y el primer gobierno de Fujimori. Una visión que se proyecta a un presente mal informado, en el que aún impera la prensa chicha, la desinformación y aún la anti información (“Amigo —me dijo un ciudadano en la calle hace poco—, a mí no me interesa nada de esta m… ¡Yo para vivir tengo de sacarme la mugre todos los días!”). Han aumentado los llamados a la hoguera o la emigración forzada de los políticos y sus adláteres, reiterados encuestas y miles de mensajes electrónicos.

Como en un proceso kafkiano todo se evidencia, como una madeja de complicidades destinada a asegurar la permanencia del mal estado de cosas, que se reconoce de modo creciente. Las causas pueden remontarse a la conquista y la colonia, como en México. Aunque eso deja de lado las raíces de sociedades precolombinas en las que no existía la noción de igualdad, derechos, ni Estado de derecho. Eran teocracias que guerreaban a muerte entre sí, tal como han señalado los arqueólogos, historiadores y antropólogos mexicanos que se han ocupado del tema; corriendo el riesgo de agredir a tótems y tabúes del indigenismo y del anti occidentalismo.

Hemos escuchado y analizado concienzudamente, con rabia y angustia, los hechos viejos y nuevos. También, y con algo de pasmo, las propuestas de diversas autoridades del Estado, que nos dan la idea de que aprobándose alguna de esas propuestas —a veces no se dice de quién, ni cómo ni cuándo— se va a superar tan honda, compleja, extendida y fuerte corrupción en el ámbito público, judicial especialmente.

No se ha planteado a la vez la necesaria superación en el Poder Legislativo, salvo el que “se vayan todos” —¿y luego quiénes, cómo, cuándo y para qué?—, ni del Ejecutivo. Tampoco la creciente corrupción pública en los gobiernos regionales y las municipalidades provinciales y distritales.

Es evidente que se necesita un proceso de consultas, porque en una sola consulta popular —para todo lo que se reclama y demanda cambiar, reformar, erradicar, transformar o mejorar— sería imposible. Pero ni siquiera está claro lo que se sometería a consulta. ¿Para que se vayan muchos, algunos o todos? ¿Consulta popular para las reglas con las que iniciar un largo, riesgoso y costoso proceso de reconstrucción de esta nuestra defectiva República? ¿Imaginamos que en ese magno proceso se seguirá produciendo, comprando, vendiendo, estudiando, sanándose, viajando, casándose, enterrando y todo lo demás de la sociedad normada y regulada burocráticamente, tanto para inversiones internas como internacionales?

Resulta evidente que debemos exigir responsabilidad y claridad a quienes hacen propuestas, ¡de pajes a rey! Ya no creemos en la “curación por las palabras”, ni en comisiones que en breves plazos deben someter sus planteamientos al Legislativo, la prensa, las ONG o al pueblo. Y esto vale tanto para las comisiones creadas por el Ejecutivo, el Judicial o el Legislativo.

Salvo que entremos en un proceso de revolución de las instituciones e ideas, toda propuesta pasará por la criba de la institucionalidad y sus controladores. Y con reglas claras, comprensibles y aplicables a un proceso que abarca demandas y apoyos para un verdadero cambio. Pero seguramente también habrá barreras y obstáculos de operadores expertos en que algo cambie para que todo siga como está.