¿Avalaría Mario Vargas Llosa el cierre del Congreso?

En los últimos días, diversos columnistas y periodistas liberales han tratado de demostrar que las movidas últimas del presidente Martín Vizcarra en relación al Congreso y a la oposición —sobre todo fujimorista— son exclusivamente un intento modernizador y republicano de separar las aguas del poder. En este relato, Vizcarra queda como un republicano romano frente a la horda.

En esa misma línea, pero desde una perspectiva opuesta, otros columnistas indican que Vizcarra ha roto el equilibrio de poderes y que hemos pasado de una democracia representativa a una plebiscitaria, en la que la turba enajena la ley y la legitimidad empieza en la encuesta y el periodicazo. En ese sentido, Vizcarra consumaría la democracia plebiscitaria cerrando el Congreso, ante el aplauso de la mayoría.

¿Por qué hacemos toda esta antesala? Porque un eventual cierre del Congreso pondría a Vizcarra a la altura de Alberto Fujimori de 1992. Ahora, al margen de las duras pullas entre Ejecutivo y Legislativo, decir que no existe ninguna razón constitucional (por ende, legal) poderosa para un cierre del Congreso. Por eso es importante escuchar la voz autorizada de Mario Vargas Llosa, quien desde el primer día, y contra el aval de una mayoría ciudadana cansada de las divisiones y peleas (con la publicación de una oportuna encuesta), se enfrentó al autoritarismo fujimorista que cerró el Congreso con el apoyo de los militares.

En el mundo del derecho, y sobre todo del derecho constitucional, valen todos los vericuetos. Se encontrará entonces cualquier razón para un cierre del Congreso y se dará un cerro de explicaciones para indicar que un posible cierre del Congreso por Vizcarra no es igual al cierre hecho por Fujimori. Se argumentará que lo de Alberto fue un golpe cívico militar; no obstante, es bueno recordar las últimas movidas al interior de las Fuerzas Armadas, donde el ahora presidente ascendió a militares de su entera confianza. En última instancia, no es necesario el aval de las Fuerzas Armadas cuando se tiene de lado a la inmensa maquinaria de medios y periodistas, que han cambiado las salas de redacción en verdaderos cuartos de guerra pura y abierta contra la oposición, sobre todo contra el fujimorismo.

Algunos toman la lucha contra la corrupción como la excusa perfecta para el ensañamiento contra el opositor. En los regímenes comunistas, la limpia y la purga contra los corruptos era en realidad la cacería de brujas contra el enemigo interno. Algo así podría estar sucediendo con Keiko Fujimori, a quien aún no se le han probado relación con las empresas brasileñas, pero está presa por un trámite formal y procedimental. Sin embargo, algunos políticos de quienes sí existirían sonadas pruebas de estar inmersos en la corrupción brasileña no están encarcelados por ¡también! trámites del proceso judicial

En el exterior se empieza a mirar lo que sucede en el Perú con auténtica sorpresa porque —a pesar de sus periodistas y sus medios— es innegable que cada vez más el Gobierno de Vizcarra asume vuelos plebiscitarios. Al final el problema de Vizcarra no será cómo gobierna sino qué gobierna. Y como bien decíamos, hasta los que se catalogan como lo más furibundo liberales hoy hacen un esfuerzo por denominar a Vizcarra un republicano modernizador. En especial cuando su nombre es mencionado por un lobista e integrante de los denominados “Cuellos blancos” como Antonio Camayo.

Es momento de escuchar a Vargas Llosa, porque aquí los liberales se han convertido en áulicos defensores de un Vizcarra que se parece cada vez más a Alberto Fujimori.