Darío Enríquez

El estatismo es la más destructiva perversión de la democracia

De uno a otro lado del espectro político, el estatismo lo devora todo

El estatismo es la más destructiva perversión de la democracia
Darío Enríquez
20 de junio del 2018

 

Una de las mentes más lúcidas en la Francia del siglo XIX fue Fréderic Bastiat. En su apreciable obra —que está siendo estudiada, recuperada y puesta en nueva vigencia por la intelectualidad libertaria— encontramos una referencia que resume la desgracia del Estado con absoluta objetividad y crudeza: “El Estado es la ficción mediante la cual todos tratamos de vivir a expensas de los demás... la gente ya está empezando a darse cuenta de que el Estado es demasiado costoso. Lo que aún no terminan de comprender es que el peso de ese coste recae sobre ellos”.

Eran tiempos en que la democracia americana construía una institucionalidad republicana inédita en el mundo, mientras Europa sufría las convulsiones de múltiples crisis en las viejas monarquías. Algunas de estas desaparecieron en procesos conflictivos que alimentaron la espiral histórica que desencadenó las grandes guerras mundiales del siguiente siglo. Los nuevos Estados europeos —hijos de la democratización liberal— apenas se forjaban en el siglo XIX, pero ya el estatismo estaba instalado en la mente de mucha gente, más allá de las tareas básicas de las que el Estado nunca debió salir.

En casi 200 años de estatismo “moderno”, el balance es más que nefasto. Todos los diversos socialismos —en todos los estilos, colores y culturas que podamos imaginar— terminaron en fracaso. Luego de “gastar el dinero ajeno”, tal como con genial claridad lo señalara en su momento Margaret Thatcher, se acababa el experimento socialista y su imposibilidad material (demostrada por Hayek) llevaba por insistencia a sangrientas tiranías. El delirio de continuar con el paraíso socialista —convertido en infierno estatista— arroja un escalofriante saldo: cien millones de muertos. Nunca la historia humana había sido testigo de una matanza de tales proporciones, perpetrada por Estados que aniquilaban a sus propios ciudadanos.

El economista español Juan Ramón Rallo —gran defensor de la libertad—, en una muestra de negra ironía, resume en una frase el ruidoso fracaso socialista en todos los espacios y en todos los tiempos: “Si los alemanes no fueron capaces de hacer funcionar el socialismo, nadie puede”. Aunque algunos ingenuos socialistas del siglo XXI nieguen a su líder mesiánico Hugo Chávez y afirmen que ni siquiera él cumplió con la tarea de “construir socialismo”; por lo tanto, el mundo no conoce aún “el auténtico socialismo, que ya viene”. No hay ni medio argumento lógico que pueda defender esta peregrina pretensión de exonerar al socialismo de sus repetidos, múltiples y variopintos fracasos.

Pero la idea de tener “derecho” a un bienestar fruto del esfuerzo ajeno sigue siendo atractiva. Gozar de una redistribución que aparentemente no cuesta nada cautiva a los incautos. El paraíso de los falsos derechos que no tienen financiamiento, y que quedan a nivel declarativo, sigue teniendo adeptos. Híbridos como el feminazismo, el falso ecologismo, el enfoque de género y otros, impuestos en forma opresiva desde la violencia estatal, alimentan el rol del socialismo reciclado como aglutinador de micro y macro totalitarismos. En fin, los servicios precarios e ineficaces con los que un Estado corrupto y corruptor pretende justificar el despilfarro del dinero de los ciudadanos, se falsifican como “logros sociales”.

Por ello, no llama la atención la votación cercana al 40% obtenida por un personaje que en su momento mató sin piedad a inocentes en nombre del socialismo: Gustavo Petro, hoy estatista de izquierdas en Colombia. Es bueno que no haya ganado la elección, pero es malo que tanta gente siga aún creyendo en paraísos estatistas cuando tienen tan cerca —ahí nomás, al otro lado de la frontera— las contundentes evidencias del infierno chavista en Venezuela. Sin embargo, México no tendría la misma suerte, y es bastante probable que en las próximas elecciones crucen la línea, pasando de un estatismo de derechas a un estatismo de izquierdas. Se vienen tiempos turbulentos para nuestra América hispana.

 

Darío Enríquez
20 de junio del 2018

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