Raúl Mendoza Cánepa

El hombre y los miedos

La verdadera fuerza no reside en el músculo, sino en el interior

El hombre y los miedos
Raúl Mendoza Cánepa
13 de agosto del 2018

 

Un ataque de ansiedad puede sobrevenir tras una experiencia dolorosa (a la vista de un familiar enfermo), cuando entre saltos breves de posibilidad se busca un empleo, cuando la incertidumbre se convierte en un sino tras años de estabilidad, cuando el desafío es darle a la lucha por una sociedad mejor. A veces ese oscuro mal, que rodea entre males imaginarios a los males reales, asalta y se torna en una huida de los ascensores, los descampados y los lugares cerrados. El corazón late con velocidad y la adrenalina adquiere el ritmo de los segunderos. La fobia es la expresión más irracional frente a lo real.

La vida urbana está cargada de miedos y de ansiedades. Uno de ellos es la incapacidad de saber sobre la provisión del hogar el próximo mes, la previsión futura y la estabilidad en el empleo, por decir; también la ignorancia sobre la propia perduración. Escuchaba, al margen de cualquier discrepancia de ideas, a Eduardo Galeano referirse a una líder del feminismo boliviano y aguerrida enemiga de las dictaduras, Domitila Barrios (1937-2012). Ella nació y creció bajo el rigor de las minas, y cuenta Galeano que en una reunión de mineros ella preguntó: “¿Cuál es el peor de nuestros enemigos?”. Cada asistente a la asamblea ensayó una respuesta proclive a lo que combatía desde su ideología: “la oligarquía”, “el capitalismo”, “la riqueza”. Sea cual sea el sesgo, lo que se rescata de esa reunión es la respuesta de Domitila: “nuestro peor enemigo es siempre el miedo”.

Cuando tu negocio se cae, cuando pierdes un empleo, cuando un ser querido enferma, cuando tienes un ideal que tiende a no ser, el miedo ensancha sus alas como una sombra de la que no puedes huir, porque te sigue a donde quiera que vayas. La combativa Barrios entendía la vida a la inversa y asumía que doblegarse en la adversidad es una traición a la fuerza inherente del espíritu.

Galeano cuenta también que en un viaje a Bolivia vio a Domitila Barrios con cuatro mujeres planificando cómo acabar con la dictadura de Hugo Banzer. El escritor uruguayo lo tomó a la ligera: “¡Cinco mujeres! Avizorando demoler los cimientos de una poderosa dictadura”. Cuando Galeano volvió a Bolivia poco después, no eran cinco mujeres, sino cincuenta. En un siguiente viaje no eran cincuenta, sino quinientos. Hasta que finalmente se desbordó y las mujeres forzaron a Banzer a caminar hacia la democracia. Seas de izquierda o de derecha, el valor eje siempre es el mismo; sea lo que sea que te abata en lo personal, familiar, laboral… el sustrato es igual: la manera como encaras la lucha es lo que erige tu propia historia.

Releía El viejo y el mar, de Ernest Hemingway, mientras revisaba la historia que Galeano cuenta. El anciano pescador se confronta con su orgullo y lucha contra el pez espada en fiera, desigual y larga batalla ¿Puede un hombre llegar a admirar a su adversario? ¿Puede el miedo superar los límites físicos? “No necesitas un ansiolítico, sino historias verdaderas y novelas”. El viejo ya no enfrenta al pez sino a los tiburones que merodean para robarse su victoria. Ellos logran tragar las partes del pez y dejan el esqueleto, que el anciano pescador lleva, orgulloso, hasta la orilla. Su triunfo no es efectivo, es moral: su incapacidad de darse por vencido. El hombre no nació para la derrota, dice Hemingway en la voz de su ficción, “el hombre puede ser destruido, pero nunca derrotado”.

La fuerza del hombre no reside en el músculo, sino en su interior. De esa luz potente nacen los milagros y la victoria sobre la materia, el sosiego sobre los duros retos que la realidad nos impone desde el lecho oscuro de un ser amado, desde lo incierto del porvenir o desde los pequeños retos cotidianos que a la mayoría, por fortuna o por desgracia, toca confrontar.

 

Raúl Mendoza Cánepa
13 de agosto del 2018

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