Erick Flores

No es el árbol, es el bosque

¿Por qué no quitarle el monopolio de la justicia al Estado?

No es el árbol, es el bosque
Erick Flores
17 de julio del 2018

 

El último escándalo que ha remecido nuestra vida política ha causado indignación en todas las capas sociales. Escuchar los audios en los que personajes con mucho poder traficaban favores con sus amigos, a diestra y siniestra, fue un golpe muy duro a la moral de nuestra sociedad. Al margen de la gravedad de la situación, en cierta forma creo que todos sabíamos que la corrupción enquistada en las más altas esferas de poder es una realidad, pero no teníamos las pruebas que corroboren nuestra sospecha. Hoy que se ha destapado todo, no faltan motivos para exigir los cambios necesarios para dejar de padecer las consecuencias de la mafia del poder. El problema, sin embargo, está en la dirección que buscamos para el cambio.

Como siempre, no faltan los oportunistas, los canallas que se aprovechan de la crisis para llevar agua para su molino y buscan extender el insano mensaje de un cambio constitucional que favorezca no a la implementación de un sistema de justicia que esté alejado de la política, que sería lo ideal, sino a sus particulares intereses ideológicos y políticos. Quizá se podría pensar en cambiar la Constitución, siempre y cuando el objetivo de esto sea que la administración de justicia gane en calidad y transparencia. Pero lamentablemente esto es algo que no contemplan aquellos que disfrutan de este tipo de escenarios.

Y uno de los principales errores que subyace en las propuestas políticas que apuntan a resolver este problema radica en fijarnos en el árbol y perder de vista el bosque. Se suele decir que la corrupción es un problema de personas, que los males que padecemos en nuestro enfermo sistema de justicia obedecen exclusivamente a los execrables elementos humanos que laboran ahí y que, haciendo uso del poder que ostentan, administran y reparten privilegios con sus amigos más cercanos, sean estos políticos o empresarios. No es así. Estamos ante un problema estructural, poco o nada importa si el poder está en manos del arcángel Gabriel o del mismo Lucifer. Incluso los más virtuosos y nobles hombres no podrían hacer mucho en medio de este monopolio de corrupción.

¿Qué debemos hacer entonces? Quizá comenzar reflexionando sobre lo que hemos venido haciendo hasta el momento, lo que a todas luces no ha funcionado ni funcionará en ningún momento. ¿Por qué no someter a la competencia al sistema de justicia? Si una empresa que provee un bien o servicio en la sociedad es corrupta y trata de forma desigual a sus clientes, traficando favores solo para sus amigos, lo más probable es que sus clientes cambien de preferencia y escojan a otra que atienda mejor sus inquietudes y necesidades. ¿Por qué no quitarle el monopolio de la justicia al Estado? ¿Por qué no establecer un régimen de competencia en el que existan diversas agencias de administración de justicia? Después de todo, la evidencia empírica demuestra que no hay nada mejor para romper los monopolios que la competencia en libertad.

Esta es una posibilidad interesante, como puede haber otras. Aquí lo importante es que la sociedad tome consciencia de que no podemos esperar resultados distintos si seguimos haciendo las mismas cosas de siempre. ¿Por qué no intentar con opciones que no han tenido desarrollo hasta ahora? Quizá pueda sonar chocante para algunos, especialmente para aquellos que no tienen ningún interés en cambiar el estado de cosas en el que nos encontramos, sino en mover algunas fichas y cambiar los beneficiarios de la corrupción por otros. Pero el hartazgo de la sociedad civil frente a la forma en que la política ha secuestrado nuestro sistema de justicia es algo incontrovertible.

Como bien dice Paul Laurent, gran escritor y académico peruano: “Es hora de la opinión pública, no de los que se cuelgan de ella para después pasarle la factura a la sociedad convirtiéndose en candidatos”. No olvidemos jamás que es en la sociedad civil en la que podemos encontrar una genuina manifestación de justificada rabia e indignación; no así en la clase política, que solo busca pescar a río revuelto y seguir su impronta personal de conseguir el poder. El mismo poder que ha terminado por corromperlo todo y hoy muestra el avanzado estado de descomposición en el que se encuentra nuestra justicia.

 

Erick Flores
17 de julio del 2018

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