Raúl Mendoza Cánepa
Cohousing
Una original opción para los jubilados

Nada mejor que el dinero propio en nuestras manos. Al final, los sistemas previsionales públicos y privados no consolidaron una vejez sin sobresaltos. Pensiones magras que apenas alcanzan para los servicios nos llevan a concluir (al margen de toda ideología) que el ahorro destinado a la inversión individual es el mejor camino. Ahora que miles de personas jubiladas con anticipación podrán disponer de sus fondos, quizás les convenga indagar el camino del emprendedor y no consumirse su futuro. Conviene también que el Estado reduzca los costos de invertir y deje de ser por fin una amenaza (las municipalidades parecen solo servir para clausurar, cobrar y complicarnos la existencia). La idea es que esos fondos privados en manos de la gente se conviertan en capital y que miles de emprendedores de edad madura sepan qué hacer y, sobre todo, cómo hacer.
En general, y no solo en el Perú, las pequeñas y medianas empresas tienden a fracasar porque los inversionistas no saben lo que es un plan de negocios. Pero cada problema crea una oferta y no faltarán los asesores de negocios. Bienvenidos sean.
Hasta allí todo queda en manos del destino, pero qué tal aquellos que temen al riesgo del capital y opten por recibir su reducida pensión mensual. Leía hace un tiempo de un modelo de convivencia exitoso aunque originalmente no planteado para los adultos mayores, el cohousing. Ya se ve su éxito en Suecia y Holanda (en el primero un 35% de las comunidades han adoptado ese modelo). Esta suerte de convivencia peculiar y no regulada como contrato típico en el Perú (valga ya la opción) podría sumar parte de los magros ingresos de unos y otros pensionistas para un interés común que es el de la habitación segura, el alimento, la salud. La idea no tan peregrina la rehíce cuando un grupo de jóvenes venezolanos en el Perú decidieron juntarse sin conocerse para redistribuir una fracción de sus salarios ralos con el fin de satisfacer necesidades comunes. En poco tiempo la calidad de vida de estos emprendedores y empleados se elevó sin que los sueldos individuales siquiera rebasaran el mínimo legal.
Fue con la experiencia de esa buena vida que reformulé la idea del cohousing como una opción contractual (no existente en el Código Civil). Sospecho que por lo promisorio merece una regulación. Si los jóvenes migrantes pueden organizarse y establecer pautas de “colaboración” que separa lo privado de lo público cubriendo sus déficits importantes, ¿por qué no podrían hacerlo los ancianos cuyas pensiones no cubren ni un dolor de muelas?
Viviendas colaborativas con espacios privados y públicos, en casa o en barrio, para gente mayor. Difícil ponerle una etiqueta, pero fácil diferenciarlas de los fríos asilos que tienen más de confinamiento inmóvil y silencioso que de cohousing. Esta propuesta, que no escapa de ser una vigorosa organización barrial, bien podría ser un programa municipal o un contrato típico alentado por empresas privadas. No se trata de las tradicionales ollas comunes, aunque no prescinde de contemplarlas. En España se conoce el proyecto Alexta (Álava), que surgió tras rescatar un caserío del siglo XVIII. Pocos ingresos por personas o parejas mayores hacen en conjunto una gran diferencia en su calidad de vida, sin renunciar a la privacidad, pero permitiendo el disfrute de una vida de amigos entre personas que, por lo general, sobreviven retraídas y aisladas dentro de sus oscuras casas.
En una página española, muhimu.es, se lee un testimonio: “Queríamos envejecer junto a nuestros amigos. Hemos tenido la experiencia amarga de nuestros padres, hemos visto cómo en su vejez estaban muy solos. Aquí es al revés: lo difícil es cruzar un pasillo y no hablar con alguien, lo difícil es que no haya nada que te apetezca hacer”, explican José María y María Dolores, (ambos viven alegres en un cohousing en Salamanca).
Se ha avanzado con la hipoteca inversa (que la avizoramos hace un tiempo), pero mientras tanto perdemos tiempo haciendo del Código Penal un zafarrancho punitivo populista, y dejamos en obsolescencia al Código Civil. Quizás sea hora de repensar e imaginar el Derecho.
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