Maria del Pilar Tello
La doctrina “DonRoe”: un anacronismo estratégico
Para impedir la presencia de potencias extracontinentales en América Latina
Donald Trump ha decidido revivir la Doctrina Monroe. Presentada como una nueva arquitectura de seguridad nacional para el siglo XXI, su esencia es la misma que en 1823: impedir la presencia de potencias extracontinentales en América Latina. Pero el mundo cambió y ese principio resulta no solo inviable, sino conceptualmente incoherente con la realidad geopolítica del continente.
La propuesta de Trump obliga a América Latina y el Caribe a cumplir tres compromisos: actuar como muro de contención migratorio, reforzar la lucha contra el narcotráfico bajo una supervisión ampliada de Washington y, sobre todo, romper o reducir significativamente los vínculos con China, a la que percibe como su rival estratégico absoluto. Sin embargo, este llamado al alejamiento de Pekín llega demasiado tarde. Estados Unidos permitió —o minimizó— durante más de una década la consolidación de China como actor dominante en la infraestructura, el comercio y la tecnología en la región.
El caso peruano lo revela con claridad: China no es un socio circunstancial, es primer socio comercial, financista central en minería y energía, actor determinante en telecomunicaciones y banca, y se consolida con la construcción del megapuerto de Chancay, un hub logístico de alcance sudamericano que cambiará las rutas del Pacífico. La estructura productiva del Perú —y de buena parte del Pacífico latinoamericano— está hoy profundamente imbricada con China. Pretender que un anuncio doctrinario pueda revertir esta integración es pretender desconocer la dinámica real del comercio global.
Y en el Caribe, la presencia china es aún más intensa: puertos, telecomunicaciones, préstamos soberanos, inversiones estratégicas. China ha construido influencia mediante financiamiento, infraestructura y cooperación técnica, mientras Washington redujo su atención y relegó a la región a discursos protocolares. El vacío fue llenado por otro.
Estados Unidos no puede exigir a América Latina que renuncie a China cuando fue él quien permitió que China se volviera indispensable. La Doctrina “DonRoe” desconoce el sistema internacional actual. América Latina ya no puede ni debe ser obligada a tomar partido entre Washington y Pekín en una disputa que gira en torno a la supremacía global sustentada en el control tecnológico, la inteligencia artificial, la infraestructura digital y la seguridad estratégica. El continente tiene derecho a una política exterior autónoma, basada en el interés nacional de cada país y no en los mandatos de un hegemón ansioso por recuperar el terreno perdido.
La multipolaridad llegó para quedarse. El futuro no pertenece a bloques rígidos, sino a alianzas flexibles, intereses compartidos y diversificación estratégica. Los países que prosperarán serán los que logren vincularse con varios polos de poder sin someterse a ninguno. Para América Latina, eso significa sostener relaciones con Estados Unidos, China, la Unión Europea, India y otros actores, evitando tutelas anacrónicas.
Pretender ordenar un continente que ya no es ordenable desde Washington es estar fuera de la realidad, económica, tecnológica y geopolítica que ha cambiado de raíz.
La verdadera elección es entre dependencia y soberanía, entre aislamiento y diversificación, entre obedecer doctrinas ajenas o construir una estrategia propia, que debe nacer en nuestra región, no en los escritorios de la Casa Blanca.
















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