Renatto Bautista
Reflexiones sobre “Liderazgo”, el libro de Henry Kissinger
El gran político norteamericano destaca el valor de ser frontal

Liderazgo. Seis estudios sobre estrategia mundial (2023) es el último libro de Henry Kissinger (1923–2023), exsecretario de Estado de los Estados Unidos (1973–1977) y una figura clave en la política internacional del siglo XX. Leer a Kissinger no es opcional si uno quiere entender la arquitectura del poder en Occidente. Fue un actor de primer orden. Por eso, cuando alguien sin formación afirma con desdén: “¿De qué sirve ser frontal?”, solo hay que sugerirle que lea este libro.
La obra examina la vida política de seis líderes decisivos del siglo XX: Konrad Adenauer, Charles De Gaulle, Richard Nixon, Anwar El Sadat, Lee Kuan Yew y Margaret Thatcher. Todos ellos tomaron decisiones firmes y directas en contextos de crisis y confusión. Todos fueron frontales, y eso fue precisamente lo que hizo posible su liderazgo. Ser frontal es crucial cuando el desgobierno, la cobardía o el oportunismo reinan.
Kissinger inicia su análisis con Konrad Adenauer, primer canciller de Alemania Occidental (RFA) entre 1949 y 1963. Lo describe como un estratega de la humildad. Adenauer asumió el reto monumental de reconstruir una nación devastada y de convencer a las potencias occidentales de que Alemania sería un aliado confiable frente a la amenaza soviética. Además, jugó un papel clave en la integración europea. Pese a la oposición del Partido Socialdemócrata en el Bundestag, Adenauer logró neutralizarla con paciencia y resultados. Hoy sigue siendo una referencia esencial en la política alemana.
El segundo personaje es Charles De Gaulle, el general que encarnó la voluntad política de Francia en dos momentos históricos. En plena Segunda Guerra Mundial, fue reconocido por Churchill como el líder legítimo de la Francia Libre frente al régimen colaboracionista de Vichy. Kissinger lo retrata como el estratega de la voluntad. De Gaulle no solo lideró la resistencia, sino que regresó al poder en 1959 para encabezar la fundación de la Quinta República, cuya constitución aún rige a Francia.
A diferencia de mi siempre admirado Churchill —quien simboliza la resistencia moral—, De Gaulle también diseñó la arquitectura institucional que sostuvo a su país en el largo plazo. Personalmente, lo admiro por su fuerza de carácter durante los años más oscuros del conflicto. Mientras muchos franceses se alineaban con el nazismo o simplemente se resignaban, De Gaulle apostó todo por una idea: Francia debía resistir.
Un fragmento del libro (p. 107) muestra su audacia:
“Las polémicas de De Gaulle con Estados Unidos empezaron por San Pedro y Miquelón, dos pequeñas islas frente a la costa de Terranova… De Gaulle… ordenó al comandante de su pequeña armada, el almirante Émile Muselier, que ocupara las islas en nombre de la Francia Libre.
Lo que hizo que esta iniciativa fuera aún más atrevida es que el desembarco tuvo lugar el 23 de diciembre, justo cuando Churchill estaba llegando a Washington para reunirse por primera vez con Roosevelt como aliados de guerra.”
Así era De Gaulle: frontal, temerario y lúcido. Un contraste brutal con el oportunismo que hoy se disfraza de moderación.
El tercer líder analizado es Richard Nixon, a quien Kissinger asocia con la “estrategia del equilibrio”. Aquí el autor se esfuerza —quizá demasiado— por rescatar la figura de su jefe. Destaca como gran logro el acercamiento de Nixon a la China comunista, que entonces fue visto como una jugada maestra de realpolitik. Hoy, sin embargo, podemos discutir si no fue un error histórico. La China totalitaria que Nixon ayudó a legitimar aspira ahora a desplazar a Occidente del centro del poder global. Kissinger pasó por alto lo que esa decisión implicaba a largo plazo. Sumado a eso, está el escándalo del Watergate, que terminó en la renuncia del propio Nixon.
Kissinger dejó para una segunda parte el análisis de los otros tres líderes: El Sadat, Lee Kuan Yew y Margaret Thatcher. Su revisión merece un espacio propio y será tema de un próximo artículo.
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