Heriberto Bustos

Vivos y muertos: tradición y esperanza

Tradición occidental recreada por la cosmovisión andina

Vivos y muertos: tradición y esperanza
Heriberto Bustos
31 de octubre del 2018

 

La riqueza cultural de nuestro país se expresa en costumbres y tradiciones que se jalonan desde épocas inmemoriales y se mantienen en el tiempo, mostrando algunos cambios como resultado de los procesos de interacción con otras culturas. Un curso que permite a las tradiciones “irse solas” o, en su defecto, alejarnos de ellas.

Esta semana —con un feriado largo de por medio— estamos convocados a un reencuentro de alegría, reflexión y entendimiento familiar. Aún sin tener mucha precisión de qué se trata, al recordar a nuestros muertos, entenderemos mejor el verdadero significado de la vida, de nuestra comparecencia y accionar en el presente.

El Día de Todos los Santos que se celebra el 1 de noviembre constituye, por un lado, una tradición cristiana, que corresponde a las celebraciones de “todos los santos” que en el calendario litúrgico carecen de fecha propia, y en nuestro caso se trata de una costumbre “heredada” de occidente; por otro lado, —expresando el sincretismo religioso producto del “acercamiento” entre las cosmovisiones andina y occidental— refleja una tradición de la cultura andina, concerniente a un momento que marca el preludio de la época de restauración, equilibrio y armonía con la naturaleza, coincidente con la época de siembras, punto de partida de la estación productiva, de la vida.

En las celebraciones de los días 1 y 2 de noviembre, días de los vivos y de los muertos, ocurre una especie de reencuentro, de ofrecimiento de productos alimenticios, de danzas, cánticos y también de llanto. Es así porque la muerte en la cultura andina, corresponde a un paso más que da el runa o ser humano, de “esta vida” a la “otra vida”. La tradición y la esperanza nos recuerdan que “La muerte solo tiene importancia en la medida que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida”*, del mismo modo que “en la vida hay algo peor que el fracaso: el no haber intentado nada”**.

Al partir del mundo familiar y de celebración a nuestros antepasados, los que todavía estamos con vida tenemos la oportunidad de marcar el compás de la historia, a fin de salir del “fango” de carencia de valores en que nos encontramos. Asumimos que en estos momentos somos requeridos por el valor de la vida y de quienes nos suceden para afrontar con seriedad el papel de ciudadanos que nos corresponde, de modo que no dejemos a otros la responsabilidad de asumir, sin consentimiento, lo que nos corresponde hoy y mañana.

A propósito de los vivos y muertos, como una clarinada del destino, resulta oportuno en la complicada coyuntura política recordar, a modo de reflexión, el poema “Un pensamiento en tres estrofas” del colombiano Antonio Muñoz Feijoo (1851-1890)

No son los muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de su tumba fría;
muertos son los que tienen muerta el alma
… y viven todavía.


No son los muertos, no, los que reciben
rayos de luz en sus despojos yertos;
los que mueren con honra son los vivos,
los que viven sin honra son los muertos.


La vida no es la vida que vivimos,
la vida es el honor y es el recuerdo.
Por eso hay muertos que en el mundo viven,
y hombres que viven en el mundo, muertos.

 

*André Malraux

** Franklin D. Roosevelt

 

Heriberto Bustos
31 de octubre del 2018

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