Javier Agreda
Arderá el viento: novela negra en tiempos de streaming
Reseña del libro de Guillermo Saccomanno, Premio Alfaguara de Novela 2025

Guillermo Saccomanno (Buenos Aires, 1948) ha construido una obra literaria que, aunque reconocida, ha transitado casi siempre por los márgenes de la literatura “canónica”. Su trayectoria comienza en los años setenta como guionista de historietas —una escuela que le dejó una marca imborrable—, para luego transitar hacia el cuento, la novela y el guión cinematográfico. La consagración le llegaría con la novela El buen dolor (1999), ganadora en su país del Premio Nacional de Literatura. Desde entonces, se ha afianzado dentro del género de la novela negra o policial, en el que ha obtenido el prestigioso Premio Hammett en dos ocasiones. En esta misma línea se inscribe su novela más reciente, Arderá el viento, ganadora del Premio Alfaguara 2025.
La historia se inicia con la llegada de una familia tan excéntrica como ominosa, los Esterházy, al viejo hotel Habsburgo, en una villa costera argentina. Hugo Esterházy se presenta como un artista húngaro especializado en arte abstracto; su esposa, Monique Dubois —o Moni—, es autora de novelas y poemas eróticos. Sus hijos, Lazlo, un joven estrábico de impulsos violentos, y Aniko, una figura delicada y mística, completan el cuadro. Desde su aparición, esta familia actúa como detonante de muchos problemas latentes del pueblo: políticos, económicos, sexuales y, sobre todo, morales.
El elenco de personajes secundarios parece deliberadamente arquetípico. el alcalde Greco y el comisario Barroso, ambos detestables y corruptos, la joven y talentosa pianista Elsie, a quien Lazlo le rompe los dedos de la mano; Dulce y su familia de “hippies”, que cultivan y venden marihuana; y el periodista Dante con su informante Virgilio. Los nombres de estos últimos nos dicen claramente que el relato va más por lo alegórico y universal (no se especifican tiempos ni lugares) que por el realismo y lo psicológico.
A pesar de esta aparente esquematización, la novela apuesta por lo coral: la voz del narrador se fragmenta, se diversifica, se transforma en de cada personaje, con sus propios prejuicios, perspectivas y contradicciones. Cada personaje tiene algo que ocultar; cada lugar, por pintoresco que parezca, esconde una podredumbre estructural. Y, como en todo buen policial, el foco está menos en la resolución de los crímenes que en mostrar las condiciones que los hicieron inevitables.
Los conflictos se intensifican conforme avanza la historia. Moni seduce a hombres del pueblo, solteros y casados, rompiendo el frágil equilibrio de las relaciones locales. Lazlo desata una espiral de violencia con las bombas molotov que él mismo fabrica. Hugo se alía con los mafiosos locales en el negocio del tráfico de terrenos. Y, como era previsible, la situación estalla: se destapan redes de corrupción, salen a la luz los vínculos con bandas internacionales de narcotráfico, y comienzan las violentas represalias.
Todo confluye, inevitablemente, en el hotel Habsburgo, que arde en el clímax de la novela: “El incendio del Habsburgo no era como los demás fuegos... el incendio perduraría en la memoria de todos por el olor irrespirable a azufre... no pocos adjudicaban la pestilencia del azufre a la intervención de una fuerza satánica”. Esa imagen final convierte al hotel en símbolo de un orden que ya no puede sostenerse. Como en La caída de la Casa Usher (Saccomanno parece deberle más a la serie de Netflix con ese título que al texto original de Poe) o en Cien años de soledad, la destrucción de la casa refleja la ruina moral de quienes la habitan.
Aunque cargada de estereotipos (como la comparación entre tiburones y financistas) y excesos propios del género negro (los abundantes suicidios, a veces gratuitos), Arderá el viento tiene algunos páginas de gran intensidad. Como cuando Elsie lleva a su padre inválido (“apenas puede murmurar algo inteligible, apenas puede torcer la cabeza a un lado”), en silla de ruedas, al acantilado: “Tal vez se excita contento de ver el mar… aunque su frenesí puede ser entendido como el terror a que la hija lo arroje. En tanto, a la hija le duele no solo pensar en hacerlo, le duele sentirse capaz de hacerlo, pero más todavía le duele no hacerlo”.
Arderá el viento no es la mejor novela de Saccomanno. Su escritura, por momentos descuidada —con errores que podrían atribuirse a los problemas de salud que atravesó el autor, cercano ya a los ochenta años, durante su redacción—, no siempre logra sostener el ritmo o la coherencia estilística. Pero lo más preocupante es su inclinación hacia cierto efectismo narrativo: parece menos cercana a la gran literatura que a las series de acción que se pueden ver en streaming. Y eso no pasa desapercibido ni para los propios personajes: “Dante piensa que las historias turbias de la Villa podrían ser funcionales para la construcción de una miniserie donde los personajes se conectan a través del sexo, la ambición, el crimen...”; y en un diálogo, tratando de explicar lo que pasa en el pueblo, alguien dice: “Ozark… ¿No viste la serie? Es sobre el lavado de dinero, inversiones que se hacen para lavar ingresos. Los narcos están metidos”.
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