Hugo Neira

Carta de Simón Bolívar

A su preceptor, Simón Rodríguez

Carta de Simón Bolívar
Hugo Neira
20 de febrero del 2023


“General y estadista americano nacido en Caracas, Bolívar libertó de la dominación española a Venezuela y Nueva Granada, que pasaría a llamarse Colombia en 1819. En 1824 funda nuevos Estados, el Alto Perú y Bolivia. Acusado de dictador, abdica cuando buscaba confederar los nuevos Estados latinos de Sudamérica” (
Le Petit Larousse Illustré de 1927).

Bolívar fue un caso muy especial. Su familia, que era española, se hizo rica en Venezuela. Le pudo dar una educación particular desde niño, y así contrató a un preceptor, Simón Rodríguez, uno de esos sabios al estilo de Rousseau, con una inmensa cultura que lo educó. Lo llevó a Europa donde el joven Bolívar aprendió cómo estaba organizado el ejército español que años después iba a enfrentar. Patriota y cosmopolita a la vez. Su maestro, en la ocasión de un viaje a un alto lugar de Roma, el Monte Sacro, le hizo jurar la libertad de América del Sur. Y así fue. Todos los combates que vinieron después partían de su capacidad para formar repúblicas, Estados libres de toda dominación. Esos países en esa época eran muy ricos: oro, plata, cobre. Su nombre fue aplaudido en Francia en 1820. Por influencia de su maestro, Bolívar dio la libertad a los esclavos de su familia, pues siempre había defendido la idea del “ser humano libre”.

He aquí la carta que le escribió a su tutor y maestro, Simón Rodríguez, caraqueño, la carta de Pativilca.


***

Carta de Simón Bolívar a su maestro Don Simón Rodríguez

Al señor don Simón Rodríguez:

¡Oh mi Maestro! ¡Oh mi amigo! ¡Oh mi Robinson, Ud. en Colombia! Ud. en Bogotá, y nada me ha dicho, nada me ha escrito. Sin duda es Ud. el hombre más extraordinario del mundo; podría Ud. merecer otros epítetos pero no quiero darlos por no ser descortés al saludar un huésped que viene del Viejo Mundo a visitar el nuevo; sí a visitar su patria que ya no conoce, que tenía olvidada, no en su corazón sino en su memoria. Nadie más que yo sabe lo que Ud. quiere a nuestra adorada Colombia. ¿Se acuerda Ud. cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente no habrá Ud. olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros; día que anticipó por decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener.

Ud. Maestro mío, cuánto debe haberme contemplado de cerca aunque colocado a tan remota distancia. Con qué avidez habrá seguido Ud. mis pasos; estos pasos dirigidos muy anticipadamente por Ud. mismo. Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló. Ud. fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede Ud. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Ud. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que Ud. me ha regalado. Siempre presentes a mis ojos intelectuales las he seguido como guías infalibles. En fin, Ud. ha visto mi conducta; Ud. ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel, y Ud. no habrá dejado de decirse: todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera, he aquí sus frutos, ellos son míos, yo voy a saborearlos en el jardín que planté; voy a gozar de la sombra de sus brazos amigos, porque mi derecho es imprescriptible, privativo a todo.

Sí, mi amigo querido, Ud. está con nosotros; mil veces dichoso el día en que Ud. pisó las playas de Colombia. Un sabio, un justo más, corona la frente de la erguida cabeza de Colombia. Yo desespero por saber qué designios, qué destino tiene Ud.; sobre todo mi impaciencia es mortal no pudiendo estrecharle en mis brazos: ya que no puedo yo volar hacia Ud. hágalo Ud. hacia mí; no perderá Ud. nada; contemplará Ud. con encanto la inmensa patria que tiene, labrada en la roca del despotismo por el buril victorioso de los libertadores, de los hermanos de Ud. No, no se saciará la vista de Ud. delante de los cuadros, de los colosos, de los tesoros, de los secretos, de los prodigios que encierra y abarca esta soberbia Colombia. Venga Ud. al Chimborazo; profane Ud. con su planta atrevida la escala de los titanes, la corona de la tierra, la almena inexpugnable del Universo nuevo. Desde tan alto tenderá Ud. la vista; y al observar el cielo y la tierra admirando el pasmo de la creación terrena, podrá decir: dos eternidades me contemplan; la pasada y la que viene; y este trono de la naturaleza, idéntico a su autor, será tan duradero, indestructible y eterno como el Padre del Universo.

¿Desde dónde, pues, podrá decir Ud. otro tanto tan erguidamente? Amigo de la naturaleza, venga Ud. a preguntarle su edad, su vida y su esencia primitivas; Ud. no ha visto en ese mundo caduco más que las reliquias y los desechos de la próvida Madre: allá está encorvada con el peso de los años, de las enfermedades y del hálito pestífero de los hombres; aquí está doncella, inmaculada, hermosa, adornada por la mano misma del Creador. No, el tacto profano del hombre todavía no ha marchitado sus divinos atractivos, sus gracias maravillosas, sus virtudes intactas.

Amigo, si tan irresistibles atractivos no impulsan a Ud. a un vuelo rápido hacia mí, ocurriré a un apetito más fuerte: la amistad invoco.

Presente Usted esta carta al Vicepresidente, pídale Ud. dinero de mi parte, y venga Ud. a encontrarme.

Pativilca, 19 de enero de 1824
Bolívar

Hugo Neira
20 de febrero del 2023

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