Antero Flores-Araoz
De la ausencia a la omnipresencia
Un nuevo estilo en Palacio: la activa presidencia de José Jerí

Acabamos de dar un gran paso en la sucesión presidencial de nuestra patria. La presidenta de la República, Dina Boluarte, fue innecesariamente vacada por el Congreso a solo seis meses de las elecciones generales. Ante la ausencia de un vicepresidente, el mando recayó, por mandato constitucional, en el presidente del Congreso, José Jerí.
La señora Boluarte asumió en su momento la presidencia en reemplazo de Pedro Castillo, quien fue vacado del cargo, correspondiéndole entonces el mando a la vicepresidenta de la República.
Si bien las obligaciones, deberes y facultades del cargo son los mismos, los estilos de ambos mandatarios son diametralmente opuestos.
La expresidenta Boluarte evitaba comunicarse con el país a través de la prensa y transmitía la impresión de no tener afinidad con los medios. No concedía entrevistas y, en los actos oficiales, mantenía distancia física y simbólica con los periodistas, olvidando que quien ejerce la presidencia debe informar sobre sus actividades, esfuerzos y logros —si los tiene—.
El actual presidente, en cambio, mantiene una relación abierta con la prensa. Declara en eventos oficiales y dialoga con los periodistas en casi todas sus actividades. Hemos visto al presidente Jerí supervisar las protestas —muchas veces violentas—, verificar daños personales a la Policía y constatar los perjuicios causados a la propiedad pública y privada.
También visitó a los policías heridos en el Hospital Central, tras las marchas del 15 de octubre, en las que participaron infiltrados que promovieron el caos y la violencia. Las 24 horas del día parecían insuficientes para la presencia constante del presidente, en contraste con la ausencia a la que nos acostumbró su antecesora.
A diferencia del tono quejumbroso del Comandante General de la Policía, el presidente Jerí respaldó de palabra y con hechos a los agentes que intentaron mantener el orden público durante las protestas, que de pacíficas no tuvieron nada.
El derecho a la protesta y a la libre expresión es incuestionable, pero debe ejercerse de manera pacífica y sin armas. Y las armas no son solo las de fabricación industrial, sino también las hechizas, las piedras transportadas en mochilas por quienes buscaban el caos, o las bombas molotov y fuegos pirotécnicos usados contra la Policía. El saldo fue de cerca de cien policías heridos —muchos de gravedad— frente a apenas dos decenas de manifestantes lesionados, sin motivos justificados.
La omnipresencia del presidente Jerí ha sorprendido positivamente a la ciudadanía. No estábamos acostumbrados a un primer mandatario tan activo, presente día y noche, los siete días de la semana.
Su dinamismo parece fruto de su juventud y de su deseo de marcar distancia con su predecesora, escuchando de cerca a los ciudadanos: desde los transportistas amenazados por extorsionadores hasta los vecinos de Pataz que llegaron a pie hasta Lima.
Su empeño por destacar y respaldar el accionar policial es notable. Mientras el Congreso aprueba leyes de apoyo, el Ministerio Público y el Poder Judicial muchas veces les dan la espalda, prolongando innecesariamente los procesos e investigaciones contra policías, lo que desincentiva su actuación y vulnera el debido proceso y los plazos razonables establecidos por los tratados de derechos humanos suscritos por el Perú.
El presidente Jerí ha sorprendido gratamente a la nación. Ojalá mantenga el rumbo trazado, por el bien del Perú y de todos sus compatriotas.
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