Mariana de los Ríos

Días perfectos: la sabiduría de lo cotidiano

Reseña crítica de la más reciente película de Wim Wenders

Días perfectos: la sabiduría de lo cotidiano
Mariana de los Ríos
15 de octubre del 2025

 

Acaba de llegar a nuestros hogares –a través de Netflix– la película Días perfectos (Perfect days, 2024), dirigida por el alemán Wim Wenders (Dusseldorf, 1945), una de las más sobrias y conmovedoras del cine reciente, que hizo un exitoso recorrido por los más importantes festivales internacionales y hasta fue nominada al Oscar 2024 a Mejor Película Internacional.

Ambientada en Tokio, Días perfectos narra la vida de Hirayama, un hombre maduro que trabaja limpiando baños públicos y vive en una rutina casi monástica. Lo que podría parecer una historia mínima se convierte, en manos de Wenders, en una meditación sobre la belleza de lo cotidiano, la dignidad del trabajo, la soledad y el sentido del tiempo. Pero bajo esa superficie de serenidad se esconden también símbolos y silencios que revelan una profundidad poco común.

Desde los primeros minutos, la película nos introduce en el mundo ordenado de Hirayama: el sonido del despertador, el cuidadoso riego de sus plantas, el desayuno frugal, el trayecto al trabajo mientras suena en su viejo casete “Pale blue eyes” o “Perfect day”. Esa rutina, filmada con precisión, constituye el núcleo del relato. Sin embargo, lo que podría leerse como monotonía es, en realidad, una forma de libertad. Hirayama ha elegido vivir con lentitud, atento a los pequeños milagros del mundo: la luz que atraviesa las hojas, las sombras que se proyectan sobre los muros, los rostros anónimos que se cruzan en el camino.

Las sombras, que él fotografía con una pequeña cámara analógica, son uno de los elementos simbólicos más poderosos del filme. Representan la fugacidad del instante, la coexistencia de luz y oscuridad que define la experiencia humana. Hirayama no busca fijarlas por vanidad, sino por gratitud. Fotografiar las sombras es su manera de decir “esto existió”. Wenders convierte así un gesto cotidiano en un acto poético: la contemplación se vuelve una forma de resistencia frente a un mundo que corre sin mirar.

La vejez del protagonista añade otra capa de sentido. En la cultura japonesa, el anciano es símbolo de serenidad y sabiduría, valores que Wenders asume desde una mirada universal. Hirayama, interpretado eficientemente por el actor Koji Takusho, encarna la calma de quien ha renunciado al ruido del mundo y vive reconciliado con el paso del tiempo. Sus movimientos lentos, su atención al detalle, su silencio, expresan una sabiduría adquirida no por estudio, sino por experiencia. A diferencia de los personajes más jóvenes —como su compañero de trabajo Takashi o su sobrina Niko—, que viven dominados por la prisa y la confusión, Hirayama ha aprendido el arte de aceptar.

Esa aceptación nace de una historia personal que la película apenas insinúa. A través de la visita inesperada de su sobrina, el espectador descubre que Hirayama proviene de una familia acomodada, de la cual fue apartado o se apartó voluntariamente. Wenders no explica los motivos: esa omisión refuerza el carácter alegórico del relato. Todo indica que el protagonista ha elegido una existencia austera como respuesta a un mundo regido por el dinero y las apariencias. Su trabajo manual, humilde y repetitivo, se convierte en una forma de redención. Limpiar baños —espacios de tránsito, anónimos, despreciados— adquiere entonces un valor simbólico: purificar, cuidar, devolver brillo a lo que otros ensucian. Hirayama limpia el mundo, y con ello limpia también su propia memoria.

La estética de la película refuerza ese sentido contemplativo. La fotografía de Franz Lustig capta la luz de Tokio con un realismo poético: los reflejos del sol en los edificios, las sombras de los árboles, el resplandor del amanecer. Cada plano parece respirarse. La música, rock de los años sesenta yse tenta —Lou Reed, Patti Smith, The Animals— actúa como contrapunto emocional, evocando una juventud lejana, un pasado quizá perdido pero no olvidado. Cuando Hirayama escucha “Perfect Day” en su automóvil, el espectador comprende que ese “día perfecto” no es un recuerdo ni una promesa, sino el instante mismo en que la canción suena: el presente absoluto.

El final, en el que Hirayama se queda solo y su rostro pasa del llanto a la sonrisa, condensa la esencia del filme. Es un momento de revelación sin palabras: la tristeza y la gratitud coexisten, como la luz y la sombra que él tanto ama. Wenders no ofrece una moraleja, sino una experiencia. Días perfectos nos deja con la sensación de haber compartido algo sagrado, una especie de plegaria silenciosa.

Mariana de los Ríos
15 de octubre del 2025

NOTICIAS RELACIONADAS >

El corazón del lobo: una infancia robada por la violencia senderista

Columnas

El corazón del lobo: una infancia robada por la violencia senderista

  El reconocido cineasta Francisco Lombardi (Tacna, 1949) regres...

08 de octubre
Alien Earth: una arriesgada fusión de ciencia ficción y fantasía

Columnas

Alien Earth: una arriesgada fusión de ciencia ficción y fantasía

  La primera temporada de Alien: Earth (2025), presentada como p...

25 de septiembre
Amores materialistas: qué valoramos al elegir pareja

Columnas

Amores materialistas: qué valoramos al elegir pareja

  Amores materialistas (Materialists, 2025) es la nueva pel&iacu...

09 de septiembre

COMENTARIOS