Silvana Pareja

Tecnología sin inclusión

El riesgo de una brecha digital injusta

Tecnología sin inclusión
Silvana Pareja
13 de junio del 2025


En una nación de profundos contrastes como el Perú, donde la hiperconectividad coexiste con formas de exclusión aún elementales, repensar los conceptos de justicia, inclusión y desarrollo no puede limitarse a estadísticas o promesas tecnológicas. Resulta urgente volver a las preguntas fundamentales. Una de ellas, formulada hace más de dos mil años, conserva hoy una vigencia inquietante: “Conócete a ti mismo.”

Atribuida a Sócrates y grabada en el frontón del Templo de Delfos, esta máxima no constituye únicamente un llamado a la introspección individual, sino también una advertencia de naturaleza ética, social y política. Conocerse implica aceptar las propias limitaciones, contradicciones y desigualdades. Aplicada al contexto peruano contemporáneo, esta frase nos enfrenta a una verdad incómoda: no todos partimos desde las mismas condiciones ni accedemos a las mismas oportunidades.

Términos como transformación digital, inteligencia artificial o Cuarta Revolución Industrial se han instalado con fuerza en el discurso político, empresarial y académico. No obstante, la realidad nacional continúa desafiando esa narrativa. Según datos oficiales, más del 40% de los hogares peruanos carece de acceso estable a internet, y en zonas rurales, esta cifra puede duplicarse. Se invoca el futuro con entusiasmo, pero se ignora el presente de millones de ciudadanos que siguen al margen de esta nueva era.

En este escenario, el pensamiento del economista y filósofo indio Amartya Sen adquiere particular relevancia. En su ensayo ¿Igualdad de qué? (1980), Sen cuestiona la visión tradicional de la justicia centrada en la distribución de bienes, y propone un enfoque alternativo basado en capacidades. Lo fundamental, sostiene, no es cuánto posee una persona, sino qué puede hacer efectivamente con lo que posee. La equidad, en consecuencia, no consiste en tratar a todos por igual, sino en crear condiciones reales que permitan a cada individuo desarrollar una vida digna.

Aplicar este marco al Perú obliga a revisar el modo en que se aborda la digitalización. Entregar laptops, lanzar portales o habilitar aplicaciones no basta si no se garantizan los medios para utilizarlas de manera efectiva: conectividad, formación, acompañamiento y una institucionalidad accesible. ¿De qué sirve un celular sin señal? ¿Una plataforma si el trámite sigue siendo complejo o ininteligible?

La informalidad, que afecta a más del 70% de la población económicamente activa, no puede leerse simplemente como evasión o desinterés. En muchos casos, representa una respuesta racional ante un sistema que no escucha, no entiende ni facilita. Es el reflejo de una estructura desconectada de la realidad de los Andes, la Amazonía y los sectores populares urbanos.

Volver a Sócrates es urgente: el Perú necesita conocerse a sí mismo con honestidad. Y regresar a Sen es igualmente necesario: la justicia digital no se alcanza replicando esquemas universales, sino reconociendo diferencias y ofreciendo respuestas contextualizadas.

El verdadero progreso no se mide por la cantidad de dispositivos entregados, sino por la cantidad de vidas transformadas. La tecnología, bien orientada, puede ser un puente hacia la equidad. Un Perú donde la educación digital de calidad llegue a cada niño, donde la formalización sea accesible, y donde la tecnología sirva para unir, no para dividir, es posible. No porque la tecnología lo garantice, sino porque nosotros podemos y debemos construirlo.

Silvana Pareja
13 de junio del 2025

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