Ignacio Blanco

Apostar por la familia: entre lo urgente y lo prioritario

La familia debe ser un eje central en las decisiones del Estado

Apostar por la familia: entre lo urgente y lo prioritario
Ignacio Blanco
30 de mayo del 2025


Estamos iniciando un nuevo periodo electoral y, como es lógico, se empiezan a discutir las prioridades que los candidatos a gobernar el país deben atender. En este espacio queremos proponer un tema que difícilmente se podrá calificar de urgencia —como puede ser la corrupción, la inseguridad ciudadana o la minería ilegal— pero que quizá pueda ser una apuesta a mediano plazo que nos ayude a tener mayor consistencia social para enfrentar las urgencias y graves problemas que nos aquejan. Se trata de la necesidad de fortalecer a la familia desde las políticas públicas.

Al plantear este tema se corre el riesgo de caer en el ámbito de lo deseable pero no prioritario. Y, efectivamente, así sucede en muchos debates actuales sobre políticas públicas. Pero existe una base sólida que permite defender la idea de que la familia debe ser un eje central en las decisiones del Estado y, por tanto, en los planes de gobierno. Sobre todo si —como decíamos— se quiere apostar por el desarrollo de políticas públicas que sienten bases de solución de los problemas a mediano y largo plazo. 

Nuestra hipótesis es que fortalecer y promover a la familia, entendida como una comunidad de personas fundada en el matrimonio entre un varón y una mujer, puede ser un punto de unión entre perspectivas distintas, pero que coinciden en proteger pilares fundamentales que dan sustento a nuestra sociedad. Sobre esta base, deberíamos construir consensos amplios en favor del bien común. Las razones para ello se pueden abordar desde dos caminos filosóficos muy distintos que llegan a la misma conclusión: la importancia de la familia como prioridad pública.

En primer lugar, razonemos con las categorías del filósofo estadounidense John Rawls quien propone que una política pública justa debe nacer de un acuerdo posible entre ciudadanos libres e iguales, cada uno con sus propias creencias, pero dispuestos a respetar principios comunes. De ahí nace el concepto de “consenso entrecruzado”. Es decir, que personas con ideas filosóficas, religiosas o ideológicas distintas pueden coincidir en ciertos principios clave, sin necesidad de pensar igual en todo. Se alcanzaría así un consenso razonable sobre un tema —o varios— que son beneficiosos para todos.

En este marco, diversas perspectivas pueden verificar que la familia, por su propia naturaleza, es eficiente para cuidar a los niños, enseñar valores y cultivar virtudes, dar estabilidad emocional a las personas, crear lazos de solidaridad. Además, es una institución que fortalece la sociabilidad, consecuentemente contribuye a prevenir la delincuencia juvenil, a combatir la deserción escolar, y termina incluso aliviando el gasto estatal en diversos aspectos. Un dato no menor es que es el factor de sostenibilidad demográfica más eficiente. No hace falta justificar la existencia de la familia por motivos sociológicos o religiosos —que también los hay—. Basta con ver los beneficios concretos y sostenibles que aporta a la sociedad. Así, personas con diferentes visiones pueden coincidir en la necesidad de desarrollar políticas públicas que fortalezcan a la familia. Es una causa razonable para todos y que beneficiaría a todos.

El otro camino al que nos referimos parte de una mirada más profunda sobre lo que somos y estamos llamados a ser como personas y como sociedad. La familia no es producto de la ingeniería social sino que es una realidad enraizada en el modo de ser y convivir de la especie humana. Por ello, como un ámbito abierto a la procreación y al cuidado mutuo, es el primer espacio seguro en el que aprendemos a ser personas y a desarrollarnos como tales; a amar y a sentirnos amados por lo que somos, sin importar qué tenemos o qué somos capaces de hacer. En el ámbito familiar se cultivan relaciones que son insustituibles y son imposibles de ser desarrolladas “por decreto” o por diseño. Y eso es vital para la supervivencia humana. Desde esta perspectiva se entiende por qué el Estado la reconoce como un sujeto social primario, con derechos propios, y como una realidad que debe ser fortalecida para beneficio de todos.

La perspectiva de consenso sobre este tema permite ver rápidamente que las razones por las que los indicadores de bienestar señalan que la familia “funciona bien” tienen —valga la redundancia— una raíz más allá de lo funcional. La familia es “eficiente” en prevenir problemas y desarrollar capacidades porque es una institución social que responde a nuestra condición de seres relacionales, hombres y mujeres que dan vida, crean sentido, y construyen comunidad. 

Se plantea entonces una pregunta: ¿qué se puede hacer desde el gobierno para fortalecer esta institución? Responder a la naturaleza de las cosas e ir mucho más allá de dar bonos o licencias de maternidad y paternidad. La familia dinamiza naturalmente todos los sectores: educación, salud, trabajo, vivienda, medios de comunicación, urbanismo, etc. Todo podría pensarse en función de fortalecer el núcleo familiar y esto redundaría en el fortalecimiento de la sociedad en su conjunto generando así un círculo virtuoso. 

Terminamos remarcando que, aunque estos dos enfoques —el de Rawls y el de la filosofía del ser— parten de lugares distintos, nos permiten llegar a un punto medular: la familia importa, y mucho. Hay razones de sobra para incluirla en los planes de gobierno y tomar en serio sus posibilidades de ser un dinamizador social con una potencia inagotable. Fortalecer y promover a la familia es apostar por una sociedad sostenible, humana y con futuro.

Ignacio Blanco es Director de contenido de la Asociación Origen

Ignacio Blanco
30 de mayo del 2025

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