Silvana Pareja
La política que nos toca
Una reflexión sobre la crisis que vivimos en el Perú

En estos tiempos difíciles, he sentido la necesidad de pensar más profundamente sobre qué significa la política en nuestra vida cotidiana. Y no me refiero a la política entendida como campañas, promesas o discursos vacíos, sino a esa política que realmente nos afecta: la que decide si tendremos acceso a una educación digna, si podremos caminar seguros por las calles o si encontraremos un hospital que nos atienda.
Vivir en el Perú, hoy por hoy, es vivir en medio de una tormenta política. En menos de dos años y medio, hemos visto pasar tres primeros ministros y lo más grave: hemos normalizado la inestabilidad. El gobierno de Dina Boluarte, lejos de ser un factor de cohesión, se ha convertido en un reflejo de la profunda confrontación entre poderes, partidos y hasta intereses particulares que parecen no tener otro fin más que sostenerse a sí mismos.
No puedo dejar de preguntarme: ¿dónde quedó el bien común? ¿En qué momento la política se redujo a una pelea de poder sin propósito? Duele ver cómo decisiones que deberían pensarse en función de las grandes mayorías son tomadas con criterios de cálculo político, de venganza o de simple conveniencia.
Sin embargo, no se trata solo de señalar con el dedo a quienes están en el poder. También me cuestiono a mí misma, y creo que todos deberíamos hacerlo. ¿Qué responsabilidad tenemos como ciudadanos en todo esto? ¿Cómo participamos —o no participamos— en la vida política de nuestro país?
Durante mucho tiempo creí que la política era un asunto ajeno, algo de lo que podía mantenerme al margen mientras cumplía con mis obligaciones personales. Pero he comprendido que ese pensamiento es parte del problema. Porque cuando la política se convierte en “cosa de otros”, cuando dejamos que unos pocos decidan por todos, el resultado es lo que estamos viviendo hoy: un país sin rumbo, con una población desencantada, y con líderes más preocupados por sobrevivir políticamente que por gobernar con responsabilidad.
Y sí, es cierto que el panorama desanima. Que muchas veces sentimos que nada va a cambiar. Pero también creo que resignarse es la forma más silenciosa de rendirse. Creo que la política no debe ser solo escándalo ni confrontación. También puede ser diálogo, propuesta, construcción. Puede —y debe— ser una herramienta para imaginar un país mejor.
La política no empieza ni termina en el Congreso. Empieza en casa, en las conversaciones que tenemos, en los valores que enseñamos, en las decisiones que tomamos todos los días. Hoy más que nunca, necesitamos recuperar ese sentido de comunidad, esa conciencia de que no vivimos solos, que lo que sucede en la política nos afecta directamente.
Si algo me deja esta reflexión es la certeza de que no podemos seguir siendo espectadores. Tenemos que volver a creer, a participar, a exigir. Porque la política no es algo que nos pasa, es algo que también hacemos.
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