Manuel Gago

Yugos desiguales: una unión destinada al fracaso

Se debe escuchar a los jóvenes, a los nuevos electores

Yugos desiguales: una unión destinada al fracaso
Manuel Gago
11 de junio del 2025


Las alianzas políticas están en boca de todos, o por lo menos de quienes están pendientes del futuro del país. Ya antes nos manifestamos en contra de las alianzas porque, a nuestro entender, ¿qué pueden aportar los “partidos” pequeños, sin representatividad? Asimismo, no hay razón suficiente para unirse a “partidos” tramposos, con firmas de inscripciones de dudosa procedencia, bases ficticias e inexistentes locales partidarios.

En el país, para hacer política, hay un gran abanico de posibilidades, desde la extrema izquierda vinculada al senderismo hasta la ultraderecha relacionada con confesiones religiosas ultraconservadoras. Los partidos de centro abundan. Si a usted le avergüenza ser tildado de derecha o de izquierda, participe en uno de ellos y aparecerá como simpaticón y un posible líder de las portátiles políticas rentadas. 

En todo orden de cosas, la unión de yugos desiguales siempre fracasa, no funciona, tiene fecha de caducidad limitada, termina de la peor manera. No obstante, las alianzas políticas estratégicas cumplirían un rol coyuntural. El bien y el mal, la verdad y la mentira, lo original y lo falso caminando juntos de manera temporal. ¿El supuesto contubernio entre Fuerza Popular y Perú Libre sirvió para detener el paso de la progresía? Esto lo entienden mejor los conocedores de la política dura y real.

Las alianzas que son yugos de elementos desiguales tienen finales desastrosos o terminan mal entre ellos. Recordemos que los resultados no fueron los esperados por Alan García, del partido de los trabajadores manuales e intelectuales, cuando se unió a Lourdes Flores, del partido de la plutocracia, de los ricos de pueblo. Ni por Keiko Fujimori, de la derecha popular, unida a Vladimiro Huaroc, representante de la progresía antifujimorista. Peor le fue a Vladimir Cerrón, dueño de Perú Libre, aliado del topo senderista Pedro Castillo y de la burócrata Dina Boluarte, desentendida –en apariencia– de la ideología de sus socios de ocasión.

Las alianzas políticas no son espontáneas ni puras, y requieren de un proceso de “selección natural”; porque no todos los derechistas son de derecha, no todos los izquierdistas son “revolucionarios” y no todos los conservadores guardan lo último que queda de la familia y de la sociedad de antes. En política los matices abundan con poco sello auténtico y mucho de copiado. Los discursos más salen de la boca hacia afuera que de las entrañas. Los modales son más simulados que gestos de sinceridad. Los hipócritas abundan, y los honestos son como una aguja en un pajar. 

A nuestro entender, quien manda en las alianzas es el dueño de la pelota, el que mete goles, el que suda la camiseta de principio a fin. No miremos las encuestas porque cada quien tiene una a su medida. Y hay encuestas con la intención de direccionar el voto de la masa. No escuche a su vecino, que puede ser igual a usted. Escuche al casero del mercado, al chofer del taxi, a la gente en la combi y a las personas que se detienen en los quioscos de periódicos para chismear. Pero, sobre todo, escuche a los nuevos electores, a los pulpines, a la “indignada” generación de cristal.

Vaya usted al emporio de Gamarra, a Ceres, a Las Malvinas, a Paruro, a las cachinas y a los mercados populares en donde el alma nacional suda de sol a sol, y por sus poros brota furia y hartazgo.

Manuel Gago
11 de junio del 2025

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