Ante la globalización de la economía mundial es ...
La Comisión Económica para América Latina (CEPAL) acaba de revisar a la baja la proyección de crecimiento económico para la región: apenas 2% en promedio, cuatro décimas menos del último estimado. Considerando que la región todavía tiene alrededor de 25% de su población en pobreza semejante cifra de crecimiento es una noticia devastadora. Con esos números y considerando el crecimiento poblacional casi es imposible reducir la pobreza.
Por otro lado, la guerra comercial en curso también está desarrollando proyecciones a la baja para las locomotoras de la economía mundial. Por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional (FMI) redujo su proyección de crecimiento de Estados Unidos de 2.7% a 1.8%; de China de 4.6% a 4% y para la zona europea de 1% a 0.8%. En este contexto, una de las cosas más graves para la región es que crecerá debajo del promedio mundial que, según el Banco Mundial, estará en 2.7% en el 2025 y el 2026.
Semejantes proyecciones, si bien consideran la actual guerra comercial en el planeta, no incorporan todas las variables sobre la reorganización del comercio mundial que se expresarán en las negociaciones que Estados Unidos lleva adelante para firmar nuevos tratados de libre comercio con Europa, Japón, la India, Corea del Sur, México, Canadá e, incluso, con China. ¿Cuáles son esos imprevistos? El reordenamiento del comercio mundial podría desencadenar recesiones en los grandes protagonistas de las tensiones comerciales. Se sabe de miles de contenedores detenidos en los puertos y que se comienzan a perder miles de empleos en la actual situación.
Los países hispanoamericanos deberían actuar con pragmatismo en la actual guerra comercial; es decir, buscando sacar las mejores ventajas y beneficios de las inversiones, la ciencia y la tecnología que el desarrollo de los emprendimientos conllevan. Sin embargo, los países latinoamericanos no deberían olvidar que, de una u otra manera, forman parte del hemisferio occidental, que forman un rostro moreno de las sociedades occidentales.
En América Latina, a diferencia de los tiempos en que los países del sudeste asiático iniciaron sus revoluciones industriales, no existen burocracias militares reformistas (hoy la mayoría de esas sociedades han evolucionado hacia democracias). En Hispanoamérica, a pesar de todas las debilidades y fragilidades de los estados de derecho, existen sistemas institucionales que pretenden controlar el poder. Las excepciones a la regla son las dictaduras de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia.
En este escenario es evidente que América Latina debe sacar las mejores ventajas del actual reordenamiento del comercio mundial, pero consolidando sus estados de derechos, la vigencia de las constituciones y las leyes y los sistemas de derecho de propiedad. En ese sentido, cualquier tolerancia con la estrategia del eje de la Habana-Caracas puede ser nefasto para el futuro de la región.
Sobre estos presupuestos la región debería avanzar a desarrollar una segunda ola de reformas estructurales que organice nuevos sistemas educativos y nuevos sistemas de salud que posibiliten una nueva fuerza laboral educada, capacitada, con enormes posibilidades de innovación en las tendencias de la IV Revolución Industrial que atraviesa a toda la economía global. Igualmente, las sociedades hispanoamericanas deberían desarrollar todas las reformas necesarias para consolidar los estados de derecho y el imperio de la ley: desde transformaciones del sistema político hasta reformas radicales del sistema de justicia. Y, finalmente, la región necesita un shock de inversiones en infraestructuras para conectar todos los mercados en la región y éstos con todo el planeta.
Como parte del hemisferio occidental, Hispanoamérica puede llegar a ser protagonista del planeta en las próximas décadas.
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