Guillermo De Vivanco
La violencia ideológica
La ideología como coartada del odio y la violencia

La ideología es la coartada perfecta para construir un relato y legitimar medios violentos. Es el escudo para evadir responsabilidades personales, diluyéndolas en el colectivo. Esta visión mesiánica de la sociedad, en la que los fines justifican los medios, es el camino directo hacia el radicalismo. Es, en suma, la historia de la humanidad. Bien lo advierte el profeta Jeremías 17:9: “el corazón del hombre es engañoso, se engaña y engaña, más que todas las cosas; es perverso y plantea serios problemas para su comprensión”.
Los fanatismos religiosos, la Inquisición cristiana, el fundamentalismo islámico, el fascismo, el nazismo y el progresismo actual se han presentado siempre bajo eufemismos que actúan de manera insidiosa. El progresismo, por ejemplo, proclama la igualdad como virtud, pero encierra un totalitarismo recalcitrante. Basta observar el aplauso de tantos odiadores que consideran “justo” el asesinato de un joven honesto y liberal, que no se conmueven ante el hecho de que un padre de familia deje en la orfandad a dos hijos, y que celebran su muerte como si fuera merecida. ¡Es impresionante cómo supuran odio!
El fracaso del comunismo, la ideología de la envidia, llevó a su mutación. Cuando su base proletaria dejó de serlo y se transformó en clase media, mejorando la calidad de vida de millones de personas, la lucha de clases cambió de forma. Encontró en la política identitaria su nuevo caballo de batalla: surgió la cultura woke y con ella el globalismo totalitario, la inmigración descontrolada, el feminismo radical, los movimientos LGTB, los ambientalistas, animalistas y antisemitas, todos ellos de corte fundamentalista, donde el adversario es convertido en enemigo. Desde mediados del siglo XX, estas doctrinas globalistas han copado universidades y medios de comunicación en Occidente. (Basta ver, por ejemplo, la gigantografía del Che Guevara en la Universidad de Berkeley). Hoy somos testigos de una reacción nacionalista frente a la invasión musulmana en Europa y la inmigración ilegal en Estados Unidos.
El asesinato de Charlie Kirk fue un crimen político que dejó a su familia en la congoja. Murió defendiendo valores conservadores, fundamento de los valores cristianos. Ante la falta de argumentos, se recurrió a la violencia, esa violencia que se justifica en nombre de una sociedad supuestamente “más justa”. Esa “virtud revolucionaria” que se sostiene en el fusil, que carece de ideas, que miente, divide y odia. En este mundo polarizado emergen dos figuras contrapuestas: uno, que dio la cara, debatió y murió cumpliendo la misión que Dios le dio; otro, que lo mató, incapaz de confrontar ideas, ocultándose cobardemente detrás de un arma. Ahí tiene la progresía mundial a otro “héroe asesino”: Tyler Robinson, que pasará a la historia junto a Guevara, Mao, Castro o Hitler.
Charlie Kirk, al igual que Miguel Uribe, nunca morirán mientras nos sirvan de ejemplo para enfrentar a la progresía, motivándonos a mantener un compromiso firme con nuestros valores e ideales. Debemos combatir con toda energía el cinismo, la hipocresía y la maldad con las que los enemigos de la libertad pretenden gobernar desde las sombras. Porque la ideología woke se nutre de la envidia y debe ser confrontada sin titubeos.
En el Perú, los eufemismos usados para referirse a los criminales terroristas —llamando a ese periodo “conflicto interno”, levantándoles museos o persiguiendo a nuestros héroes que murieron defendiéndonos— merecen nuestro más enérgico repudio. ¡Basta ya! Somos muchos más que esa crápula caviar, auspiciada por una prensa servil al servicio del crimen y la codicia.
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