Carlos Adrianzén
Mi ODS preferida
¿Por qué no podemos acabar con la pobreza?

El 2015, luego del incumplimiento de los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), Naciones Unidas reaccionó rápido. Ese mismo año reculó hacia una lista de diecisiete objetivos y los etiquetó como de Desarrollo Sostenible (ODS). Discretamente, el inexistente final feliz global del 2000, se movió 15 años. Esta movida apresurada la bautizaron como la Agenda 2030. Por ahora…
En esta nueva oportunidad se presentó un huayco. Algunas metas resultaban bastante difusas, otras con enormes costos tributarios, cuasi tributarios y regulatorios; y casi todas con operatividad contradictoria. Esta vez con una gama de objetivos muy surtida, como en botica de barrio grande.
La lista incluyó desde el Fin de la pobreza global; más Hambre cero; más Salud y bienestar; más Educación de calidad; más Igualdad de género; más Agua limpia y saneamiento; más Energía asequible y no contaminante; más Trabajo decente y crecimiento económico; más Industria, innovación e infraestructura; más Reducción de la desigualdad; más Ciudades y comunidades sostenibles; más Producción y consumo responsables; más Acción por el clima; más Vida submarina; más Vida de ecosistemas terrestres; más Paz, justicia e instituciones sólidas; -y para asegurarse, acaso- más Alianzas para lograr los objetivos.
A pesar de esta abultada y sospechosísima batahola, lo que hace a la primera ODS –el Fin de la pobreza– mi objetivo preferido (acaso el único serio), no solo implica que éste resulta precondición sine qua non para todo lo bueno de los ODS restantes, sino que –distraerse en los otros dibuja una mala idea. Descubre prioridades inconsistentes y también vergonzosos negocios privados e ideológicos. Y es que –muy estimados lectores– la gente se muere por, y en medio de, la pobreza.
Sin duda alguna. El gran objetivo de desarrollo sostenible es el crecimiento alto por décadas. Resulta la opción que minimiza consistentemente la pobreza de un país o el planeta. La regulación y el financiamiento asociado a muchos de los ODS restantes implican subordinar –o incluso postergar– la lucha contra la pobreza. Resultan no solamente torpes; son asesinos.
En el mejor escenario los otros dieciséis deben ser subordinados lejos de esta prioridad, así como se debe combatir la corrupción burocrática, local y global, asociada a ellos.Pero me quedo con mi gran ODS. La número uno.
¿Por qué no la hacemos?
El caso peruano en materia económica –a pesar de la grandeza del Perú–- es uno triste. Por 65 años en la Figura I nos deja claro que no cumplimos nada parecido al ODS número uno. Nuestro crecimiento real por persona fue mediocre –en promedio apenas el 1.6 % anual en dólares constantes–. Con ello no reducimos la pobreza significativamente, ni nos acercamos a ello.
Fuimos tan pobres que oscilamos sobre la mitad de la media global (digamos fuimos un cuarto de pollo a la brasa) y resultamos tan económicamente subdesarrollados que fluctuamos cerca del 6% del producto por persona de un país rico… como Suiza. Esclavos de la moda y la pasividad, nuestros gobiernos configuraron fábricas –keynesianas bastardas– de pobreza.
Fuimos socialistas-mercantilistas todo el tiempo. Truchos e irresponsables. Es decir, burocráticamente sucios (léase corruptos) y políticamente desordenados (léase incumplidores y abusivos con nuestra gente).
Alejándonos de la ODS número uno, entre 1960 y 1990, la mayor parte de nuestra población caía debajo de la línea de pobreza. La Figura II nos recuerda que, con las mismas ideas de la exhortación apostólica "Dilexi te" del actual papado (contra el mercado) en el velascato y los regímenes afines, lapso 1969-1980, la pobreza peruana explosionó. Y con ella, el estancamiento y la corrupción.
Si no lo sabremos, el maligno es astuto. Hablan de evidencias y ciencias inventadas. El populismo anti-mercado puede resultar retóricamente atractivo, incluso entre los curitas. Pero solo por un tiempo. Me niego a creer que el acomodo político les resulte a algunos tan importante como le resulta a cierta curia latinoamericana en Nicaragua o Bolivia.
Y luego, en medio de la fabricación de estancamiento y millones de pobres, nos hablan del iluso vocablo “justicia social”. A nombre de él se relativiza todo y se roba. Se relativiza la libertad política, los derechos civiles y hasta los derechos de propiedad. Y eso destruye el crecimiento y enerva la pobreza. Prevalece el negocio político de aplicar un vocablo populachero, difuso y oscuro como la justicia social.
Esto resulta un negocio rentable para los dictadores de izquierda. Con ello expropian propiedades, emiten dinero, nos endeudan y abusan… mientras que, por un lado, se enriquecen ellos, sus familiares y cercanos; y por otro, se deja de reducir la pobreza (ver Figura III). En fin, se roba y corrompe recurrentemente a nombre del cantinflesco vocablo aludido.
La imagen es clara. Tan clara que los dictadores y sus esbirros niegan –y hasta repiten ser lo contrario– con la habilidad y labia propia de los abusadores y delincuentes. De hecho, es sumamente difícil compatibilizar el amor al prójimo con esclavizar. Robarle su propiedad. Aquí la data peruana, los muerde.
La libertad y el crecimiento económicos –dentro y fuera de Lima– resultan consistentemente asociados con la reducción de la pobreza local (ver Figura IV).
Globalmente y regionalmente, las naciones más ricas se asocian con entornos más libres y menos corruptos. Es decir, también, las naciones más pobres se asocian con entornos anti-mercado. Ergo, son menos libres y mucho más burocráticamente corruptas.
¿Cómo cumplir realmente con las ODS?
Hoy no hay pretextos. La receta es sencilla. Cumpliendo cerradamente el único ODS relevante, la hacemos. Pero recuérdelo. No existe país que haya derrotado a la pobreza con opresión o ilimitadas intervenciones burocráticas. Sin el funcionamiento del mercado. Con instituciones libres -incentivos- que interioricen alto crecimiento económico por décadas… la pobreza se erradica siempre. Eso sí. La ayuda y limosna individual son algo propio y valioso. No requerimos intermediarios, necesariamente.
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