Editorial Economía

Cajamarca ante su gran oportunidad minera

Michiquillay se perfila como motor del futuro económico de la región

Cajamarca ante su gran oportunidad minera
  • 04 de noviembre del 2025


Cajamarca vive una paradoja. Es una de las regiones más ricas en recursos minerales del Perú, pero también una de las más pobres. En 2024, el 45% de su población vivía en pobreza monetaria, según el INEI, superando incluso a Loreto. Dieciséis de los veinte distritos más empobrecidos del país están en esta región. Desde 2022, Cajamarca encabeza los indicadores de pobreza nacional, reflejo de una economía sin dinamismo y sin fuentes sostenibles de crecimiento.

Buena parte de esta situación se explica por la paralización de grandes proyectos mineros. El caso más emblemático es Conga, detenido desde 2011 por conflictos sociales y falta de consenso. Esa parálisis, sumada a la debilidad institucional y la desconfianza, ha impedido que la riqueza del subsuelo se traduzca en bienestar tangible. Cajamarca, paradójicamente, concentra el 33.9% de la cartera minera nacional, con inversiones potenciales que superan los US$ 18,000 millones.

Dentro de esta cartera, el proyecto Michiquillay destaca por su grado de avance y por el impacto que podría tener en la economía regional. Adjudicado en 2018 a Southern Perú, representa una de las mayores apuestas del país. Sus reservas superan los 2,280 millones de toneladas de mineral con una ley promedio de 0.43% de cobre. Se proyecta que producirá 225,000 toneladas métricas anuales de cobre, además de oro, plata y molibdeno. La inversión estimada es de más de US$ 2,500 millones y generaría alrededor de 83,000 empleos directos e indirectos.

El contexto internacional juega a favor. El cobre se ha convertido en el metal clave de la transición energética global. Cada vehículo eléctrico usa entre tres y cuatro veces más cobre que uno convencional, y las energías renovables multiplicarán su demanda en la próxima década. Según proyecciones del mercado, hacia 2030 el déficit global podría superar los tres millones de toneladas métricas. En este escenario, el Perú —segundo productor mundial— tiene una oportunidad estratégica que no puede desaprovechar.

Actualmente, el cobre representa cerca del 30% de las exportaciones peruanas y el 10% del PBI. Sin embargo, su verdadero valor no radica solo en las cifras, sino en lo que puede generar si se administra con visión. En regiones como Moquegua y Tacna, la minería formal ha demostrado que puede coexistir con desarrollo humano: hay empleo formal, inversión en educación técnica e infraestructura. Cajamarca podría replicar ese modelo y convertir la minería en un motor de diversificación productiva.

Michiquillay podría ser el núcleo de un clúster minero-industrial en el norte del país, integrando proyectos como Galeno, La Granja y el aún pendiente Conga. Un elemento clave sería la construcción de una vía férrea que conecte estos yacimientos con el puerto de Bayóvar, reduciendo costos logísticos y abriendo nuevos corredores económicos. Este tipo de infraestructura permitiría no solo mejorar la competitividad exportadora, sino también atraer inversiones en manufactura, metalurgia y servicios especializados.

La idea de un clúster minero implica más que una mina operativa. Significa crear un ecosistema de innovación, empresas proveedoras, instituciones educativas y redes logísticas que generen valor agregado. El ejemplo de Antofagasta, en Chile, demuestra que este modelo puede transformar una región minera en un polo de conocimiento, tecnología y desarrollo humano. Cajamarca tiene las condiciones geológicas y el potencial humano para seguir un camino similar si se articula una estrategia público-privada de largo plazo.

Pero las oportunidades requieren responsabilidad. El Estudio de Impacto Ambiental de Michiquillay ya incorpora compromisos de protección hídrica, control de emisiones y gestión sostenible de residuos. Cumplirlos será esencial para evitar conflictos y construir confianza con las comunidades. La minería del siglo XXI no puede aislarse: debe dialogar, compartir beneficios y operar con transparencia. Donde hay diálogo y resultados concretos, los proyectos avanzan; donde hay desconfianza y opacidad, se paralizan.

Otro desafío es enfrentar la minería ilegal, que en regiones como La Libertad o Puno ha generado un grave daño ambiental y económico. Esa actividad, que no paga impuestos ni cumple normas, florece donde el Estado está ausente. Promover la minería formal, moderna y responsable en Cajamarca también es una forma de cerrar el paso a la informalidad y recuperar el control del territorio. La institucionalidad, la seguridad jurídica y la simplificación de trámites son condiciones indispensables.

El cobre no es solo un recurso: es el hilo conductor de la economía del futuro. En un mundo que avanza hacia la electrificación y la descarbonización, el Perú tiene la posibilidad de posicionarse como un actor central si apuesta por proyectos estratégicos como Michiquillay. La decisión no es entre minería o desarrollo social, sino entre estancamiento o progreso sostenible. Con liderazgo, visión y compromiso, Cajamarca puede dejar de ser la región más pobre del país y convertirse en el corazón energético del Perú moderno.

  • 04 de noviembre del 2025

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