Editorial Economía

Michiquillay: el proyecto que puede revertir décadas de atraso en Cajamarca

La región más pobre del país podría convertirse en un motor de crecimiento

Michiquillay: el proyecto que puede revertir décadas de atraso en Cajamarca
  • 27 de mayo del 2025

 

Cajamarca no es pobre por falta de recursos. Todo lo contrario: es una de las zonas con mayor potencial minero del Perú. Sin embargo, la riqueza que yace bajo su suelo no se ha traducido en desarrollo para su gente. En 2024, casi la mitad de su población —el 45%, según el INEI— vive en situación de pobreza. Se trata del porcentaje más alto a nivel nacional. Más aún, 16 de los 20 distritos más pobres del país están en esta región. Esta situación, que se arrastra desde hace años, responde a una economía desarticulada, sin motores modernos de crecimiento y con una falta evidente de inversión estratégica.

Parte del problema está en que muchos de los grandes proyectos mineros que podrían haber impulsado la economía regional han sido postergados indefinidamente. Casos como el de Conga, paralizado desde 2011 por conflictos sociales no resueltos, son el reflejo de un modelo que no ha sabido construir acuerdos. Cajamarca concentra más de un tercio de la inversión minera proyectada a nivel nacional —US$ 18,050 millones en cartera—, pero buena parte de ese capital sigue sin movilizarse. Las oportunidades están, pero no se aprovechan.

Aun así, hay razones para el optimismo. Cajamarca se ubica dentro del llamado “cinturón de cobre del norte”, una franja geológica de altísimo valor estratégico. En esa zona se agrupan cuatro proyectos clave: Conga, Galeno, La Granja y Michiquillay. Juntos podrían generar una producción anual de hasta 1.5 millones de toneladas métricas de cobre. Y entre todos, Michiquillay no solo sobresale por su tamaño y potencial, sino porque tiene el nivel de avance necesario para convertirse en el punto de partida de un verdadero ecosistema minero que dinamice toda la región.

Adjudicado a Southern Perú en 2018, Michiquillay es una de las inversiones más ambiciosas en minería cuprífera del país. Con más de 2,288 millones de toneladas de mineral y una ley promedio de 0.43% de cobre, el proyecto tiene previsto producir 225,000 toneladas métricas de cobre al año, además de otros metales como molibdeno, oro y plata. La inversión proyectada supera los US$ 2,500 millones, y se calcula que generará más de 83,000 empleos directos e indirectos, lo que le daría un impulso inmediato a la economía local.

Este proyecto podría tener un impacto decisivo no solo por lo que producirá, sino por lo que puede articular. Michiquillay tiene el potencial de convertirse en el núcleo de un ecosistema industrial en torno a la minería, que no solo incremente la producción de cobre —clave para recuperar el liderazgo mundial perdido—, sino que impulse una transformación productiva de fondo en la región. El verdadero valor de este proyecto no está solo en sus toneladas de cobre, sino en su capacidad para convertirse en el motor de un cambio estructural.

Formar un clúster minero no es simplemente operar minas. Es pensar en grande: infraestructura compartida, corredores logísticos eficientes, proveedores especializados, formación de talento técnico, y un ecosistema de empresas complementarias que generen valor agregado. Cajamarca tiene la geografía, los recursos y los proyectos para lograrlo. El modelo ya existe: lo aplicó con éxito Antofagasta, en Chile, y hoy es referencia mundial en minería y tecnología.

Para lograr un impacto de ese nivel, Michiquillay no puede operar en solitario. El clúster que se proyecta debe integrar a otros proyectos de su entorno, como Galeno, La Granja y Conga, y estar conectado con infraestructuras clave. Una de las más urgentes es la vía férrea hacia Bayóvar, que permitiría reducir los costos de transporte, facilitar la exportación y abrir una nueva ventana de desarrollo logístico e industrial en el norte del país.

Los beneficios de este tipo de integración superan por mucho los del enfoque tradicional. Un clúster bien diseñado impacta en múltiples sectores: servicios especializados, manufactura, tecnologías aplicadas y hasta agroindustria. Esa diversificación productiva es crucial para romper el ciclo de dependencia de los precios internacionales de los minerales. En vez de esperar que el mercado global decida el destino de Cajamarca, un clúster puede darle a la región las herramientas para decidir su propio rumbo.

Hoy, el contexto internacional favorece las apuestas mineras. El cobre, por su papel central en la transición energética global, atraviesa un periodo de alta demanda y precios favorables. Esa coyuntura convierte a proyectos como Michiquillay en activos estratégicos, que pueden generar ingresos, empleo e innovación, siempre que se desarrollen con responsabilidad y visión de futuro.

Por supuesto, nada de esto será posible sin una gestión transparente y sostenible. El Estudio de Impacto Ambiental ya aprobado para Michiquillay establece parámetros claros para proteger los ecosistemas, cuidar el agua y reducir las emisiones. Cumplir con esos compromisos es fundamental, no solo por exigencia legal, sino para generar la confianza social sin la cual ningún gran proyecto puede avanzar hoy.

La oportunidad está sobre la mesa. Michiquillay no es una promesa lejana: es una realidad concreta con capacidad transformadora. Lo que hace falta ahora es voluntad política, liderazgo regional y una estrategia clara para articular esfuerzos. Cajamarca no tiene por qué seguir siendo el rostro de la pobreza del Perú. Tiene lo necesario para ser su próxima historia de éxito.

  • 27 de mayo del 2025

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