Dante Bobadilla
El país es una vergüenza
Una república bananera a cargo de un tiranuelo

No hay manera de disimular ante el mundo el papelón que estamos viviendo como un país bananero a cargo de un típico tiranuelo latinoamericano de manual. La historia del Perú podría haberla escrito Gabo, sin necesidad de exagerar, y encajaría perfectamente en su realismo mágico. Ni en Macondo ocurren cosas tan extravagantes como un premio Nobel que, después de haber avalado a todos los presidentes corruptos y a una alcaldesa de igual factura, tiene el cuajo de seguir presentándose como referente moral para aplaudir al tirano de Vizcarra por haber cerrado un Congreso que, según él, era una vergüenza.
En el Perú hay muchas cosas que son una vergüenza. Es cierto que el Congreso siempre ha dado vergüenza. ¿Y qué podemos hacer? Todos los congresistas son gente que sale del pueblo y es elegida por el pueblo. ¿No les gusta? Ah, bueno, pero se aguantan porque eso es lo que hay. Este no es un país que se distinga por la cultura de su gente, y no se necesita más que ser mayor de edad para ser congresista. No hace falta tener estudios ni saber leer y escribir. No se necesita absolutamente nada para ser congresista. Tampoco para ser presidente. ¿Entonces de qué se quejan, si no hay requisitos ni siquiera para votar? Y encima el voto es obligatorio.
A mí no me cuadra que la gente se queje del nivel de los congresistas y termine apoyando a un presidente que debe estar entre los más limitados que hemos tenido en toda la historia. Y si miramos al gobierno entero, la cosa es para llorar. Empecemos por este presidente de la PCM, un sujeto que sigue añorando los tiempos de Velasco. Que un Congreso que resulta del voto popular sea mediocre pasa, pero que un gobierno sea mediocre ya es el colmo.
Pero más allá de la política, este país avergüenza por muchas otras cosas, como por el nivel de su prensa, a la que prefiero llamar “prostiprensa”. Nunca en mi vida había visto una prensa tan sometida a los intereses del gobierno. Además, el nivel intelectual de los periodistas más encumbrados es para llorar. No tienen el más mínimo respeto por la objetividad ni por la neutralidad, y ni siquiera por la veracidad de sus dichos. Ya no informan, sino que se dedican a opinar como dueños de la verdad. Peor aún, ahora cuentan cuentos en los que adivinan las intenciones nefastas de los “aprofujimoristas”, que siempre son los malos del cuento.
Avergüenza también el nivel de los que se presentan como alternativa novedosa de la política, pero siguen cacareando el mismo discurso antifujimorista de los últimos veinte años. No se puede hablar de renovación de la clase política cuando solo tienen el mismo relamido discurso antifujimorista de las últimas dos décadas, y las mismas recetas fracasadas.
Avergüenza el nivel de la juventud que se traga fácilmente los cuentos de la prensa y se suma al cargamontón irracional contra el fujimorismo, convencidos de que es el mal a derrotar, y tachan de “fujitroll” a cualquiera que critique a Vizcarra y se oponga al golpe de Estado.
Avergüenza el nivel del pueblo que se ha comprado el cuento de los medios y llama a la radio a decir que, ahora que cerraron el Congreso, al fin podrán acabar las obras de reconstrucción porque ya no habrá obstrucción. Pobre gente, engañada por los medios llama feliz a las estaciones para decir que al fin habrá educación, salud y obras que no se podían ejecutar por culpa de un Congreso obstruccionista. Y lo peor es que los periodistas no tienen el valor de aclararles el panorama porque son cómplices de la desinformación y del engaño.
En resumen, este es un país que da vergüenza por todo lo que está pasando. Da vergüenza oír a un presidente decir que es respetuoso de la Constitución, cuando no ha hecho más que pasar por encima de ella. Da vergüenza oír a constitucionalistas de pacotilla inventar excusas para justificar lo que es un vulgar golpe de Estado, ejecutado única y exclusivamente para complacer a los intereses de la mafia caviar que no toleraba una mayoría “fujiaprista”. Eso es todo lo que hay en este país. El resto es cuento para bobos.
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