Rocio Valencia
Formación política y elecciones en el 2026
Hay una profunda anomia e indiferencia colectiva frente a las elecciones

¿Podemos realmente aspirar a tener políticos honestos en un país donde no se brinda a los jóvenes ninguna clase de formación política? Tuve la suerte de nacer en un tiempo en el cual el país contaba con políticos honestos: Luis Bedoya Reyes, Alfonso Barrantes Lingán, Ramiro Prialé, Belaúnde Terry y por supuesto Víctor Raúl Haya de la Torre. ¿Qué tenían todos ellos en común? Ninguno de ellos accedió a la presidencia o a ningún cargo público con intereses subalternos. Peruanos que murieron en la dignidad de su pobreza o con el título de nobleza que significaba su probidad, luego de haber servido con auténtica devoción y mística al deber sagrado que les había encomendado el pueblo peruano en su función pública. Eran otros tiempos.
En el caso de Ramiro Prialé, ex presidente del Senado había sido deportado dos veces por causa de sus convicciones políticas. Cuando el presidente Prado le ofreció ocupar un cargo en su gobierno Prialé lo rechazó, pidiéndole únicamente que lo restituyera en su cargo de maestro de la Educación Nacional. Haya de la Torre luego de haber triunfado en las elecciones a la Asamblea Constituyente de 1978 como el diputado más votado a nivel nacional, con más de 1 millón de votos rechazó la dieta que le correspondía por ley aceptando simbólicamente el pago de un sol, ya que éramos un país pobre, un país endeudado y que él se proponía liderar con absoluta austeridad el retorno del pueblo peruano a la democracia luego de once años de gobierno militar. Tampoco aceptó vehículo del Estado ni chofer. Así inauguró con ese gesto de honestidad, único en la historia el decálogo moral que todo político que pretenda servir al Estado debería tener presente.
Hoy en día nuestros funcionarios públicos ganan sueldos más que competitivos. Tan altos en ciertos rangos que las empresas privadas de mediana talla no pueden competir y se ven obligadas a prescindir de los servicios de ciertos profesionales dada su incapacidad para competir con el nivel remunerativo del Estado. Dentro de esa misma lógica, nuestra actual presidenta de la República emitió hace un mes un Decreto en virtud del cual se aumenta el sueldo de 16.000 soles (US$4.500) a 35.500 soles mensuales (unos US$10.000). El cambio lo ha hecho en medio del índice más bajo de popularidad en la historia que jamás un primer mandatario haya alcanzado en la historia republicana: un 3% de aprobación ciudadana según una encuesta de Datum Internacional.
El actual ministro de economía y finanzas, Raúl Pérez Reyes justifica la decisión en el espíritu de “corregir” una decisión que fue tomada en su gobierno por el expresidente Alan García Pérez --quien se bajó el sueldo a la mitad de su valor—y con la justificación de poder así establecer una remuneración coherente con la de los demás funcionarios. El expresidente Humala por su parte incrementó los sueldos de los ministros al doble, pero mantuvo el suyo en 16.000 soles mensuales. Si bien se entiende la razón técnica que brinda el ministro, ¿por qué razón si los seis presidentes anteriores han mantenido la reducción del sueldo hecha por el expresidente García, incluido Pedro Castillo, la actual presidenta quien además accedió al cargo en sustitución de este no puede continuar en la misma línea de moralizar mediante el ejemplo?
Por otra parte, sorprende que no haya habido marchas de jóvenes universitarios. Tampoco el manifiesto de ningún colectivo ciudadano. No es un secreto que la mitad de los peruanos viven de espaldas a lo que hace el gobierno y más interesados en el fútbol o la farándula. Nos encontramos en periodo preelectoral y exactamente a un año de las próximas elecciones; sin embargo, se percibe una profunda anomia e indiferencia colectiva preocupante de cara a las elecciones de julio de 2026. Nada de esto es casualidad. Los partidos políticos ya no son partidos políticos sino tiendas electoreras y clubes aventureros sin otra doctrina que la de capturar el poder; las universidades privadas ya no son universidades, sino corporaciones con ánimo de lucro completamente despolitizadas gobernadas por empresarios más que por educadores; los sindicatos tal vez sean una de las pocas organizaciones sociales del siglo XX que haya sobrevivido hasta hoy y una de las pocas en las aún se brinda formación política a sus miembros.
En efecto, tenemos el privilegio de poder elegir. No obstante, al no contar con ninguna clase de educación política ni en los colegios ni en las universidades es difícil que nuestra ciudadanía pueda conformar partidos políticos que legítimamente lo sean, ni presentar candidatos con una real vocación de servicio al pueblo y el expertise humanístico, científico y social que el Perú necesita. La suerte está echada.
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