La izquierda versus la derecha

La noche del 31 de Agosto de 1939 un grupo armado, vistiendo uniformes del ejército polaco, tomó la radioemisora de Gleiwitz, localidad alemana fronteriza con Polonia, “asesinaron” a una persona y difundieron un mensaje en el que se llamaba a la población polaca a levantarse contra el gobierno de Adolfo Hitler. Al día siguiente, el 1 de noviembre, la Alemania nazi invadió Polonia, dando inicio a la Segunda Guerra Mundial. En los juicios de Nuremberg, Helmud Naujocks reconoció que fue él quien dirigió esta acción y que el alemán asesinado fue “sembrado” por los SS que montaron este ataque. La divulgación masiva de esta mentira fue la coartada perfecta para iniciar la invasión de Polonia. 

Definir la posición política entre izquierdas y derechas nos ha encerrado en una camisa de fuerza. Al viejo marxismo del proletariado lo mató la atomización de las empresas, el que más del 95% de las empresas en el mundo sean pequeñas o medianas volvió a los trabajadores en empresarios. El nuevo ADN no fue la sindicalización de millones de trabajadores sino la meritocracia, la propiedad privada y el triunfo del individuo sobre el colectivismo. Entonces la izquierda se quedó huérfana: el mapa laboral había cambiado, ahora los trabajadores eran capitalistas. En libertad surgió la creatividad y la competencia; progresó el Occidente con el capitalismo como el único sistema que protege los derechos individuales y quedó en evidencia el desastre económico y social que representó el comunismo para sus sociedades. 

Vivimos una crisis de confianza; el populismo y la mentira vencieron a la ideología y a la verdad. Todos somos responsables del colapso de los partidos políticos; pero el daño hecho hubiera sido imposible sin la complicidad de la prensa. La militancia destructiva del caviaraje monopolizó la mentira auspiciada por empresarios bobos que pagaban a sus verdugos por la publicidad estatal que mantenía con vida a medios quebrados. El daño quedó probado con la impunidad ante el perjurio cometido por los sucesivos gobiernos coimeros de la izquierda. Como ejemplos emblemáticos tenemos los oráculos de la mentira: el Museo de la Memoria, La Tolerancia y la Inclusión Social, que equipara al asesino con el defensor; o El Ojo que Llora, infame monumento que rinde pleitesía a los asesinos senderistas. ¿Cuándo van a clausurar estos antros vergonzosos? 

Cómplice del triunfo de la impunidad es el sistema judicial peruano, una vanguardia progresista al servicio de delincuentes, actores políticos sin escrúpulos para aplicar la ley de acuerdo a sus intereses políticos y económicos. Pululan a su alrededor abogados muy respetados que por dinero se olvidan de los principios éticos y se allanan en defender todo tipo de atrocidades. Humala y sus mentiras populistas, responsable del mayor despilfarro en obra pública sobrevalorada e inútil; Toledo y los millones de coimas, culpando a su suegra de ser archimillonaria; Vizcarra responsable del mayor genocidio en la historia, coimero y golpista; Castillo el presidente más piraña que hemos visto; cobrándole a los coroneles para ascenderlos, y sin mayor propósito político que convertirse en dictador; y la Boluarte, que compra joyas con el ahorro de su vida y después se acuerda que son prestadas. 

Perú no libra una batalla ideológica, libra una batalla contra la mentira, contra la incultura, contra el crimen organizado, contra la judicialización de la política y contra el deterioro moral y ético de la sociedad. Libra una batalla contra la prensa cómplice, contra la relatividad de la ley y contra todos los que buscan dividir y prolongar la pobreza como un nicho electoral favorable al discurso identitario. No queda tiempo, hay urgencias impostergables antes de volver a las urnas.