Luis Enrique Cam
Madeleine Truel: la heroína que el Perú no debe olvidar
Fue parte de la resistencia francesa ante la invasión nazi

Foto: Madeleine Truel Larrabure en su casa de Lima (Archivo Familia Truel)
Hay nombres que, poco a poco, comienzan a abrirse paso en la memoria colectiva de una nación. Nombres que merecen estar en plazas, en libros escolares, en películas. Madeleine Truel es uno de ellos. Aunque por décadas su historia permaneció en el olvido, hoy su gesta silenciosa y valiente empieza a ser reconocida en el Perú, su país natal. Sin embargo, aún falta mucho por hacer para que su legado ocupe el lugar que merece. Su historia, marcada por una fotografía en blanco y negro, un mural en París y un cuento infantil, sigue pidiendo un sitio más visible en nuestra memoria nacional.
Nacida en Lima el 28 de agosto de 1904, Madeleine Truel Larrabure fue una peruana de ascendencia francesa que se formó en el colegio San José de Cluny y luego partió a Europa, tras la muerte de sus padres, cuando tenía 20 años de edad. El destino la encontró en París, en el momento más oscuro de la Europa del siglo XX: la ocupación nazi. Allí, lejos de su tierra, pero no de sus convicciones, se unió a la Resistencia Francesa. Su rol no fue menor: falsificaba documentos con tal habilidad que logró salvar la vida de decenas de judíos perseguidos y permitir el ingreso de soldados aliados a territorio ocupado. Lo hizo en secreto, con inteligencia y coraje a pesar de su precaria salud. Fue detenida en junio de 1944 por agentes de la Gestapo y enviada al campo de concentración de Sachsenhausen en Alemania. Luego de grandes penurias por el hambre y las condiciones higiénicas, murió el 3 de mayo de 1945, en una de las llamadas “marchas de la muerte”, apenas cuatro días antes de la rendición alemana.
Hay algo que conmueve y a la vez duele en la historia de Madeleine Truel: la dignidad con la que enfrentó la brutalidad. Según testigos sobrevivientes, en el campo de concentración hablaba del Perú con cariño, con esperanza, como un consuelo para los demás prisioneros. Por las inspiradoras historias que les contaba la llamaron cariñosamente “pájaro de las islas”. Llevó su patria consigo hasta el final. Mientras muchos desconocen su nombre aquí, ella no olvidó el país donde nació. Cuando la enterraron, sus compañeros de infortunio le pusieron sobre su cuerpo flores rojas y blancas como símbolo de su nacionalidad.
Su vida fue rescatada del olvido por el periodista Hugo Coya en el libro Estación Final (2010), una investigación que reveló que Madeleine fue la única peruana no judía muerta en un campo de concentración nazi. Gracias a ese trabajo, sabemos también que publicó en 1943 un cuento infantil en francés, El niño del metro, ilustrado por su hermana Lucha Truel. Un texto simbólico, de profunda carga alegórica, que puede leerse como una denuncia encubierta al totalitarismo y como un grito por la libertad y la infancia herida. Un niño encerrado en el subterráneo por un hechizo, obligado a enfrentar pruebas para salvarse y salvar a otros: ¿no es acaso la metáfora de Europa —y del mundo— en los años del terror? Este es el poder desafiante y combativo que posee la literatura.
La vigencia del mensaje de El niño del metro es inquietante. Hoy, como entonces, la infancia sigue en peligro. En el Perú y en tantos países, los niños siguen siendo víctimas de guerras, violencia, explotación y abandono. Nos hemos acostumbrado a mirar hacia otro lado. Tal vez, al recordar a Madeleine Truel, podamos recuperar también nuestra capacidad de indignarnos, de conmovernos, de actuar.
Recordarla y darla a conocer no es solo un deber histórico, es una exigencia patriótica y moral. Su historia debería enseñarse en las escuelas, conmemorarse oficialmente. Debería formar parte de la historia nacional que nos enorgullece, porque encarna lo mejor del alma peruana: valor, solidaridad, sacrificio. No fue una combatiente con armas, sino una luchadora con tinta, papel y humanidad.
Madeleine Truel murió víctima del odio nazi, pero su nombre quedó grabado en el Muro de los Deportados en París y reconocida por el gobierno francés. Dice simplemente: “Madeleine Truel (Perú)”. Qué potente, qué puro, qué universal. No dejemos que esa línea sea solo una inscripción más. Hagamos que ese nombre vuelva a ser pronunciado, leído, admirado. Que el Perú, al fin, la recuerde como lo que fue: una heroína de la humanidad.
Tuve la oportunidad de dirigir en 2012 el documental Madeleine Truel, la heroína peruana de la Segunda Guerra Mundial, una obra dedicada a rescatar su legado. Está disponible en YouTube y sigue siendo, hasta hoy, uno de los trabajos que más me satisface haber realizado. Porque contar su historia no es solo rendir homenaje a una mujer extraordinaria, sino también recordarnos a todos de qué estamos hechos cuando decidimos no quedarnos callados frente al horror.
Foto: Portada del libro “EL NIÑO DEL METRO” (1943)
Escrito por Madeleine Truel
Foto: Afiche del documental “Madeleine Truel, la heroína peruana de la Segunda Guerra Mundial” (2012)
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