Heriberto Bustos
Réquiem para los incendiarios añejos
Una reflexión sobre la crisis política reciente

A propósito de los últimos acontecimientos políticos en el país —la aprobación en el Congreso de la destitución de Dina Boluarte como presidenta de la República, con 118 votos a favor, ninguno en contra y sin abstenciones—, y al no prosperar la moción de censura contra la mesa directiva presidida por José Jerí, éste juró como nuevo mandatario por sucesión constitucional. Entre alegrías y jolgorio, se sucedieron diversas reacciones en un vaivén de aceptación y rechazo. Voces añejas, aferradas al odio y a la búsqueda de contradicciones, y quizá temiendo una futura derrota electoral, empezaron irresponsablemente a azuzar protestas bajo el consabido eslogan: “¡Él no me representa! ¡Que se vayan todos!”. Intentaban reeditar lo ocurrido tras la vacancia del inefable Vizcarra, actuando como polluelos de urraca en busca de refugio bajo las alas de una juventud cuya movilización —planificada con anticipación— respondía más bien al malestar generacional y a la inseguridad creciente, expresada en el avance del terrorismo urbano, especialmente en la capital, ante la incapacidad del gobierno de Boluarte para enfrentarlo.
Resulta oportuno recordar que el pasado —sobre todo el malévolo— no siempre anuncia su retorno: irrumpe sin avisar, sorprende a unos y se encarna demoníacamente en otros. Los más antiguos lo saben y tienen la obligación de advertir a quienes creen ser los primeros que los padecimientos actuales ya fueron sufridos antes, mucho antes. Si ellos aún se mantienen en pie, con voces firmes, es porque hubo muchos que no solo gritaron, sino que actuaron con honor en momentos cruciales. Díganles que el raído manto de la democracia —polvoriento y demacrado tras tantos intentos por destruirlo— es fruto del coraje de quienes la defendieron.
Recuerden también que, en su decurso, personajes que gozaron de “apoyo popular” y luego fueron derrotados, quizás recuerdan el poema El remordimiento de Jorge Luis Borges:
He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer:
No he sido feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mientras tanto, otros, más serenos tras la confusión, decidieron pasar del dolor y la farsa a la autocrítica, afirmando la esperanza. Con consuelo y valor, quisieron decirle a la juventud, junto a Pablo Neruda en su Oda a la vida:
La noche entera
con un hacha
me ha golpeado el dolor,
pero el sueño
pasó lavando como un agua oscura
piedras ensangrentadas.
Hoy de nuevo estoy vivo.
De nuevo
te levanto,
vida,
sobre mis hombros.
Y como bien decía Karl Marx en El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: “La historia ocurre dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa.” No intentemos hacer pasar por heroicas actitudes que se ubican en el extremo opuesto de la razón. Lo ocurrido con Merino, pese a nuestras discrepancias, no debe repetirse, menos aún cuando expresidentes incompetentes y torpes intentan contaminar protestas democráticas.
Somos muchos los que rechazamos el engaño y la manera en que actuó el Congreso, pero ello no debe empujar la coyuntura hacia el desorden o el caos. Por el contrario, este es momento de afrontar la realidad: jóvenes y mayores, unidos, ignorando a los incendiarios de siempre, que seguirán tocando sus “tambores de guerra” con ritmos fallidos, cueros envejecidos y estrategias congeladas. Es tiempo de exigir al nuevo gobierno que combata la delincuencia, el avance del terrorismo urbano, la inseguridad, y que asegure la transparencia de las próximas elecciones.
Ha llegado la hora de enfrentar los hechos con optimismo y responsabilidad, asumiendo el papel de ciudadanos democráticos y defendiendo la patria.
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