Hugo Neira

Vargas llosa en Tahití (II)

Sobre cómo se construyó la novela “El paraíso en la otra esquina”

Vargas llosa en Tahití (II)
Hugo Neira
26 de mayo del 2025


Los días que
siguieron, cuando habían partido, noté una suerte de signos que mi mujer y yo bautizamos "el efecto Vargas Llosa". Por un tiempo, al menos por muchas semanas, la gente volvió a comprar libros en librerías, no sólo los del visitante que volaron, sino de todo. Varios de mis alumnos, a los que arrastré a cada acto, cambiaron de vocación y decidieron prepararse para los concursos que dan acceso al profesorado. La gente dejó de hablar con la ligereza habitual a los habitantes del primer mundo (en él están, no fuese sino por el azar de su tardía colonización) de la pobre América Latina. El gran favor que Mario me hizo, fuera de robustecer la moral de los veinte profesores de español en colegios secundarios, fue confirmar lo que les había dicho en el transcurso de años, sin poderlo probar. No se confundan, la América Latina es pobre, pero es una gran civilización. Que algo puede ser ambas cosas, productor de riqueza cultural y a la vez naciones de bajísimas rentas, resulta evidente para nosotros, nada más que reparar en el esplendor de nuestro arte, cocina, música, poesía y narrativa, pero resultaba incomprensible para los que fueron mis alumnos y alumnas, acostumbrados a dejar la isla para ir de vacaciones a Hawaii o California. Después de Mario sí lo entendieron. Adivinaron la realidad de este continente contradictorio, letal y vital a la vez.

Los personajes le venían al novelista ya determinados por la celebridad y la historia, la Paria, el Pintor. No así los nudos psicológicos. Ir tras la huella de sus personajes es cosa que Vargas Llosa ha hecho en otras ocasiones, a la selva como a Piura para La casa verde, al nordeste tras las huellas de Consejero, el terrible bandolero mesiánico de La guerra del fin del mundo. No siempre encuentra documentos fidedignos, a veces apenas leves pasos, pero, cuenta el escritor, lo poco que halló le permitió "fabular" el personaje del León de Natuba, "un ser un poco monstruoso pero que estaba siempre al lado de Consejero porque sabía escribir". En una entrevista a Federico de Cárdenas, cuenta Vargas Llosa que el escrúpulo de combinar personajes reales y situaciones conjeturales o inventadas, como el coronel Althaus con el cual le inventa un romance a Flora, es uno de esos casos. Althaus existió, probablemente enamoró a la bella y joven viajera, nada prueba que esta lo rechazara o aceptara, la cuenta del misterio hay que ponerla a la intuición del narrador. ·

El paraíso en la otra esquina es un relato construido según una secuencia sencilla. Para que no nos perdamos, Mario Vargas Llosa ha acudido, esta vez, a una sólida carpintería. Los capítulos pares son para la vida de Flora Tristán. Los impares para el pintor Paul Gauguin. ¿Esta forma narrativa es una ruptura con su propio arquetipo? Es cierto que estamos lejos de ese relato a múltiples niveles del lenguaje de las que le preceden. Se trata de dos vidas, la de Flora Tristán y la de Paul Gauguin, su nieto. Por un lado, la lucha por los derechos de la clase obrera y de la mujer. Por el otro, el hallazgo de un mundo insular lejos de convenciones sexuales. En ambos, la ruptura del mundo burgués, el horror del mismo. Ahora bien, si en ambos casos se trata de utopías, está claro que no son las mismas. La de Flora Tristán, como es sabido, se inscribe en las grandes corrientes socialistas del siglo XIX. El capitalismo industrial acababa de nacer, y muchos tuvieron la impresión de que pronto el viejo mundo iba a parir otra sociedad más libre y justa. Fue, lo sabemos, un pronóstico prematuro. No errado, sus fuerzas productivas, como lo diría Marx, son extraordinarias, lo que llamamos globalización no es sino otro ciclo de expansión y de mutación.

En todo caso, Gauguin el rebelde, partidario del egoísmo como herramienta de realización personal, el que abandona mujer, hijas y oficio, el insoportable hedonista que postula la dicha que pasa por el cuerpo, los sentidos, el placer, ese solitario, el asocial, está de actualidad. Lo confirman la revuelta de los "hippies", los jóvenes desde del Mayo parisino de 1968, la reivindicación del uso legal de las drogas alucinógenas, con el menor pretexto la orgía juvenil, esa religión cuyos templos son las discotecas que preconizan la fiesta pánica e inmediata. La felicidad aquí y ahora. Me es difícil creer que el libro hubiera sido igual de interesante sin la oposición dialéctica entre liberación colectiva o individual, sociedad e individuo, justicia social y gozo, deber y disfrute. Un contrapunto que la vuelve insondable. Flora evoca una problemática feminista. Gauguin la del artista creador. Ambos son alegorías vivientes de formas extremas de revuelta, pero revueltas al fin, por eso, acaso, la existencia desgarrada de ambos. Qué dolor, qué mal vivieron, cuánto sufrimiento, me dice una lectora sensible. En efecto, querida amiga, desde los tiempos bíblicos, es riesgoso el oficio de profeta. Por lo demás, una lectura atenta de la Biblia (digo esto sin recaer en un ataque de trascendencia) nos hallamos con que los profetas no se proponían serlo, los llamaba la voz, en muchos casos contra su voluntad. Eran hombres tranquilos que andaban entre rebaños de cabras, tiendas del desierto y familiares clánicos cuando escuchaban al que No se Nombra. ¿Por qué yo, Señor —protesta Noé— no ves que estoy ocupado y se casa una de mis hijas? Jeremías es el que más impreca ante despótico mandato. Has entrado en mí, Jehová, me has poseído. La posesión de Dios es física. La tradición judaica insiste que de esa experiencia se salía medio chamuscado. También Flora y Paúl, profetas a su manera.

Algunos en Lima se me acercaron para decirme que la novela última de Vargas Llosa les parecía más una biografía, no faltó quien solamente le parecía periodismo. ¿Y si fuese el caso? Esto ocurre en el momento en que en otros lugares los narradores reivindican el derecho a formas híbridas: "los géneros surgen, caen, le ha pasado a la épica, luego a la épica en verso. ¿Quién hace tragedia hoy en versos formales?", se pregunta Salman Rushdie. "¿Quiere acaso la novela —insiste— competir en la actualidad con lo mejor del reportaje, con la narrativa inmediata?" Pero si es así, Vargas Llosa que, por cierto, no ignora ese debate sobre la novela contemporánea, ni las ideas de Rushdie —su amigo, algo le dedicó al tema en su discurso académico en Tahití, como lo diré líneas adelante— acaso quiere combatir en ese terreno. Novela pues, de aventura, de viajes. Viajes los de los personajes, y viajes los suyos. Viaje el del lector. ¿Pero qué es una novela? No voy a intentar definir perentoriamente qué es una novela, la tarea es imposible, y desaconsejo a quien sea el intentarlo. Quisiera en cambio ponernos de acuerdo en los aspectos más sencillos, según la evolución histórica de un género que aparece con la modernidad, hace seis siglos, y que de alguna manera la funda (tanto como el ensayo).

Una novela es una forma particular de relato que no ignora la realidad, pero tampoco está obligado a reproducirla. Es una forma literaria que construye algo que es de este mundo, pero no lo es del todo. Como todo arte, agrega un sentido que los individuos y la sociedad por mismos ni generan ni fabrican. Y bien puede inspirarse, pero inspirarse nada más, en un grupo social, en un caso psicológico o en grandes frescos históricos. Lo primero, es Balzac con La comédie humaine, ejemplo de lo segundo puede ser otra gran novela del siglo XIX, Madame Bovary de Flaubert. Puede ser ese "hombre absolutamente bueno e inocente", es decir, el personaje del príncipe Myshkin de Fiódor Dostoievski en El idiota. En cuanto a la gran novela histórica, que es acaso un poco lo que ha lanzado Vargas Llosa, combinada a literatura de viaje interno y externo, ella, va de una lengua a otra lengua, de un siglo al otro, de Alejandro Dumas y sus mosqueteros a Hugo, a Walter Scott, a Margaret Mitchell, la de Lo que el viento se llevó. En castellano pondría a Alejo Carpentier, El siglo de las luces, y al catalán Eduardo Mendoza cuyo personaje es siempre la ciudad de Barcelona. Y un autor, un outsider, un inclasificable, aventurero, revolucionario, periodista, político, novelista y ensayista, que encarnó las grandes pasiones del siglo XX, del comunismo duro de los años treinta, al sionismo y el internacionalismo proletario y finalmente, como si fuese poco, la ciencia, la filosofía en sus años de vejez, si es que la tuvo, Arthur Koestler. Emprender el inventario de la novela histórica es casi imposible, aunque lo haya ensayado Gilles Nélod. Pero resulta hasta casi peor tener la pretensión de encerrarla en una clasificación. Lo cuerdo es reconocer su formidable dispersión, novela policial, fantástica, de viajes y aventuras. Y esto por países, por épocas, por lenguas. [continúa]

 “Vargas Llosa en Tahití. Investigar, viajar, escribir”. En: Libros & Artes, Revista de cultura de la Biblioteca Nacional del Perú, N°5, julio 2003, pp. 14-17.

Hugo Neira
26 de mayo del 2025

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