Arturo Valverde

Volver a Ayacucho

Las ruinas de Wari, la Pampa de la Quinua y la Catedral de Ayacucho

Volver a Ayacucho
Arturo Valverde
19 de agosto del 2025


Regresé a Ayacucho, días atrás, como el viajero a la ciudad que lo ha acogido con los brazos abiertos, y que ha sido generosa en recuerdos; es decir, que llegué con el corazón ansioso y la maleta repleta de alegría. Algo parecido debe sentir quien visita después de tiempo la casa del entrañable amigo. 

Siempre he dicho que Ayacucho es la primera ciudad que visité por mi cuenta, sin acompañantes, a mis veintitantos años. Fui dos veces en menos de una semana viajando en bus. Era época de lluvia, y yo, que solo conocía de la llovizna limeña, acabé empapado. Mi vuelta a Lima fue con un jean prestado y una bolsa de plástico en cada pie. 

Mi humilde oficio, el periodismo, me condujo varias veces a Ayacucho. Viajaba leyendo un libro y mirando el paisaje montañoso. Eran viajes relámpago, de un solo día. Trabajaba hora tras hora. Siempre añoré volver con más tiempo, con pie de turista, y conocer más Ayacucho.

Mi oportunidad llegó este año. Caminé con lluvia y trueno las ruinas de Wari. Llegué montado a caballo a la Pampa de la Quinua. Hice una parada en Conchopata. Entré a la Catedral de Ayacucho. Contemplé la ciudad y su aeropuerto, mientras los chicos volaban cometas al viento, desde el mirador de Acuchimay. Como dirían los viajeros hice un tour.

Al hambre, ese rugido del mediodía, que no conoce de alturas ni temporadas, porque hambre se siente en todas partes, la senté frente a la mesa de un restaurante, en Conchopata. La orden: Un cuy chactado, resguardado por un par de papas doradas y el emblemático qapchi ayacuchano. Maíz canchero y cebollita al lado.  

Antes de mi retorno a Lima, horas antes del vuelo, no dudé en renovar mi fe visitando El Horno, la tradicional panadería que desde temprano llena las canastas de sus clientes con panes chapla y pan wawa. Luego, me llevé un poco de queso y maíz del mercado central, frente al Arco del Triunfo. Por fin, alisté la maleta y, horas después, aterricé en Lima.   

Este es el Ayacucho que tanto anhelaba conocer, que postergué por muchos años, desde aquel torrencial bautizo con que me recibió por vez primera. Sus montañas, sus calles, sus plazas, que no podrían guardarse en una maleta, me las llevé en el corazón. Volveré de nuevo.

Arturo Valverde
19 de agosto del 2025

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