El Perú necesita una nueva ola de reformas para salir de la sit...
Los estallidos sociales en Ecuador y Chile, que generaron impresionantes movilizaciones de masas que jaquean la organización estatal y los sistemas políticos, han motivado las más diversas interpretaciones, sobre todo en el caso del país del sur. Si bien en el Perú no existen movilizaciones masivas, el cierre inconstitucional del Congreso parece haber sido una válvula de escape que solo ha postergado el problema. De allí la enorme importancia de seguir profundizando en el tema.
Ecuador, Perú y Chile son países de ingreso medio, por más que los chilenos cuenten con un ingreso per cápita de US$ 15,000 y los peruanos con uno de algo más de US$ 6,000 dólares. Y son países de ingreso medio porque luego de una primera generación de reformas económicas lograron duplicar y triplicar sus respectivos PBI y reducir pobreza como nunca antes en la historia. Perú tiene 20% de su población en pobreza y Chile algo más de 8%.
Sin embargo, el crecimiento en los tres países mencionados se ha ralentizado, igual que la reducción de pobreza y la expansión del bienestar. El motivo: es difícil pagar salarios bajos para seguir creciendo (como sucede en sociedades de ingreso bajo), pero estos países todavía no pueden competir con las naciones desarrolladas e industrializadas. La explicación se conoce: faltan reformas que fortalezcan la institucionalidad, que reformen los sistemas de salud y de educación —para desarrollar una fuerza laboral innovadora— y que se solucionen los problemas acumulados en lo que respecta a infraestructura. Salvando enormes distancias, se trata de los problemas de Ecuador, Chile y Perú.
En Chile se requiere reformas urgentes para optimizar los servicios sociales del Estado, ante las demandas de las clases medias. En Perú se necesita reformas regulatorias, laborales e institucionales para arrinconar a la informalidad. Y en Ecuador todavía falta culminar reformas macroeconómicas y desregulaciones pendientes.
Una de las características de los países de ingreso medio que no siguen desarrollando reformas es que el crecimiento se estanca, se retrocede en la reducción de pobreza y, de pronto, las nuevas clases medias que dejaron de ser pobres —gracias al modelo— se vuelven terreno fácil para el discurso populista que propone acabar con la economía libre y el regreso al estatismo. Algo parecido sucedió en Venezuela, Argentina y otros países de la región. En Chile, por ejemplo, el sentido común de la mayoría parece inclinarse por la crítica a un “modelo que produce extrema desigualdad”. Sin embargo, según el Coeficiente Gini de los organismos multilaterales —en el que 1 señala concentración de riqueza en un solo actor y 0 igualdad perfecta—, Chile está en 0.46, mientras que Venezuela está cerca del 0.70 y Brasil en 0.53. Es decir, Chile tiene largamente más igualdad que esos gigantes latinoamericanos.
¿De dónde, entonces, viene la marcada percepción de desigualdad de los chilenos? Es evidente que de la falta de servicios sociales eficaces, sobre todo en salud, transporte e, incluso, pensiones (que necesitan ajustes para perfeccionar el sistema). En otras palabras, el Estado chileno necesita estar a la altura de las exigentes clases medias que el modelo ha creado. Pero, ¿por qué entonces los amigos del sur no precisan sus demandas y aparecen cargándose el modelo más eficiente de la región?
Aquí está la madre del cordero. En las sociedades latinoamericanas, en las últimas dos décadas, ha existido una feroz ofensiva de las corrientes neomarxistas que han ido tallando los principales sentidos comunes que asumen los partidos políticos, los organismos sociales y los medios de comunicación. En Chile, por ejemplo, el trabajo cultural del Frente Amplio y del Partido Comunista se extiende hasta los alumnos de educación básica.
La ofensiva ideológica, cultural y política de los comunismos, los colectivismos y las corrientes neomarxistas en la región, explican la interpretación de la mayoría de chilenos sobre la crisis. Y también son la causa de que el Perú, por ejemplo, la élite no se atreva a emprender una segunda ola de reformas.
Siempre vale recordar que el Banco Mundial señala que en los años sesenta del siglo pasado, 113 países lograron el ingreso medio, pero apenas 13 alcanzaron el desarrollo. Entre ellos estaban Singapur y Corea del Sur, sociedades sin democracia. El reto de América Latina es enorme: superar la trampa de ingreso medio con libertad.
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