Editorial Economía

Turismo: de la promesa a un objetivo nacional

Puede ser la ruta para transformar las regiones y reducir las pobreza

Turismo: de la promesa a un objetivo nacional
  • 26 de agosto del 2025

 

El Perú tiene todas las condiciones para ser una potencia turística mundial. Machu Picchu, las Líneas de Nazca, la Amazonía, el Qhapaq Ñan y el lago navegable más alto del mundo son tesoros capaces de atraer a millones de visitantes. Sin embargo, los números muestran una realidad distinta: mientras otros países de la región reciben decenas de millones de turistas cada año, el Perú apenas superará los cuatro millones en el 2025. La brecha no solo es amplia, sino también injustificada frente al potencial que ofrece nuestro territorio.

El empresario José Ignacio de Romaña ha planteado con claridad la dimensión del desafío: el turismo no es un sector económico más, sino un camino estratégico para transformar al país. Con un objetivo nacional de atraer 30 millones de visitantes al 2050, el impacto en el PBI sería monumental, con un efecto multiplicador sobre el empleo, la infraestructura y los servicios. La clave está en entender que cada turista adicional no solo gasta, sino que exige mejoras en transporte y seguridad que quedan como beneficio para todos los ciudadanos.

La región de Puno es un ejemplo de oportunidades desaprovechadas. El Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, recibe apenas 300,000 turistas al año. La cifra contrasta con su riqueza cultural y natural: alrededor del lago se encuentran 34 monumentos incas abandonados y un cielo estrellado difícil de igualar en el planeta. Con una política adecuada, Puno podría convertirse en un polo turístico de escala internacional. Con incentivos tributarios que atraigan inversiones hoteleras y de servicios se podría desarrollar una infraestructura de primer nivel. Incluso se podrían establecer rutas de cruceros que recorran el lago en viajes de varios días, atrayendo a cientos de miles de visitantes adicionales. Detrás de cada barco o complejo turístico habría un aparato de demanda que incluye alimentos, artesanías, transporte, alojamiento y servicios. Es decir, un circuito económico capaz de generar pleno empleo en la región.

Otro ejemplo es el Qhapaq Ñan, la red de caminos incaicos con más de 30,000 kilómetros que atraviesan la sierra. Hoy está prácticamente desaprovechado, pese a que podría convertirse en una experiencia similar a la del Camino de Santiago en Europa, que atrae a millones de caminantes al año. Con inversión en hoteles y servicios básicos en pueblos rurales, esos visitantes consumirían productos agrícolas y artesanías locales, generando ingresos sostenibles para comunidades que hoy viven de la agricultura de subsistencia.

No se trata solo de turismo. Se trata de una estrategia para integrar economías rurales y urbanas, llevando a millones de peruanos de la pobreza a la prosperidad mediante cadenas de valor ligadas al sector turismo. El potencial es evidente, pero el país enfrenta barreras estructurales. La primera es la ausencia de un objetivo nacional claro. Mientras algunos países han definido metas ambiciosas y alcanzables para atraer visitantes, el Perú se mueve sin norte. La política turística se maneja con improvisación y falta de continuidad, atrapada en la coyuntura.

La segunda barrera es la infraestructura. Los aeropuertos regionales son insuficientes, los trenes prácticamente inexistentes y las carreteras no ofrecen las condiciones de seguridad que exige el turismo de gran escala. En algunos casos, incluso la gestión de los boletos de ingreso a Machu Picchu está controlada por mafias, lo que daña la reputación del país y desincentiva la llegada de visitantes.

La tercera es la inseguridad ciudadana. El incremento de robos y la falta de garantías en rutas turísticas generan alertas en los países emisores de viajeros. Ningún destino puede aspirar a competir en el mercado global si no ofrece seguridad y confianza.

Transformar el turismo en objetivo nacional tendría efectos que van mucho más allá del sector. Para recibir decenas de millones de visitantes, el país tendría que modernizar hospitales, mejorar aeropuertos, ampliar redes de trenes y carreteras, invertir en educación técnica y universitaria, y garantizar seguridad ciudadana. En otras palabras, el turismo arrastra consigo mejoras estructurales que se convierten en beneficios permanentes para la población.

El impacto territorial también sería decisivo. Cusco, Puno, Arequipa y buena parte de los Andes concentran altos niveles de pobreza. Una estrategia de largo plazo convertiría a estas regiones en centros de desarrollo vinculados al turismo, integrando a los pequeños productores en cadenas de valor que van desde el hospedaje hasta la venta de alimentos y artesanía. Así como se habla del “milagro agroexportador” que transformó la costa norte, el país podría comenzar a hablar del “milagro turístico”, con la diferencia de que sus beneficios estarían mucho más descentralizados e inclusivos.

El desafío es político. Se necesita un Estado capaz de impulsar leyes que fomenten inversiones, establecer zonas económicas especiales y, sobre todo, definir metas nacionales de largo plazo. El turismo no puede depender de la improvisación de cada gobierno de turno. Requiere continuidad, planificación y articulación entre ministerios y niveles de gobierno. El turismo no solo puede ser otra columna del modelo económico, junto a la minería y las agroexportaciones; puede ser la columna que conecte regiones, que integre a los sectores rurales, y que transforme la riqueza cultural del Perú en bienestar para millones de ciudadanos.

  • 26 de agosto del 2025

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