Manuel Gago
¿Autocracia democrática?
Los sabios y virtuosos al poder

La autocracia es el modelo de gobierno por el cual la voluntad de uno o de un grupo decide el destino de los demás. En democracia el voto de una mayoría ciudadana decide a sus gobernantes. No obstante, el voto ciudadano también puede elegir autoridades autocráticas.
La autocracia cubana y la venezolana destruyen todas las posibilidades de la población y hacen tabla rasa de los derechos ciudadanos, principalmente los relacionados con la justicia y la libertad. El resultado de esas autocracias es conocido: ignorancia, pobreza, enfermedad y muerte. Contrariamente, y a la vista del mundo, la autocracia china ha logrado balanzas comerciales positivas que le permiten al gobierno ejecutar colosales proyectos de desarrollo en el acto, de un día para otro. El visible crecimiento de la infraestructura china es consecuencia de, digamos, una autocracia responsable.
En este contexto de velocidad para la ejecución de obras, cuesta creer la posición de ciertos sectores de la población y de políticos locales en favor de la tramitología inventada por la izquierda desde hace 25 años. Por esta tramitología aumentó la parsimonia de la burocracia pública. Este exceso de normatividad surgió supuestamente para proteger los presupuestos y la calidad de las obras e intervenciones estatales contratadas. Enarbolando la bandera de la lucha contra la corrupción la izquierda progresista es autora de innumerables procedimientos exigidos por el Ejecutivo –en todos sus niveles–, tanto para los ciudadanos comunes como para los inversionistas.
El exceso de protección por parte del Estado para todo acto imaginado ha generado trámites literalmente absurdos y repetitivos para cosas que un profesional y una autoridad competente –con suficiente criterio– pueden fácilmente resolver. Sin embargo, se exige a los usuarios expedientes tediosos y absurdos. Sí pues, la tramitología se ha extendido como tumor cancerígeno para ofrecerle trabajo a “asesores”, “consultores”, “expertos” y profesionales, con el ánimo de complicar la vida a las personas. Alcaldes, gobernadores regionales, ministros, jefes de instituciones públicas y demás funcionarios públicos nada pueden hacer contra las normas establecidas. Es más, algunos se regocijan con su existencia porque la normatividad es sancionadora e inclinada por la paralización de las obras en desarrollo. Le ofrece a los fiscalizadores la oportunidad de hacer saber que ellos mandan y deciden el futuro de lo que ven.
La simplificación administrativa experimentada en los noventa permitió el crecimiento económico nacional y una dinámica social sustentada en la confianza. Lamentablemente, esa simplificación se vino abajo desde Valentín Paniagua: se desmontó la relación positiva entre la autoridad y la población, y perdieron valor la palabra y las buenas intenciones.
Los grandes filósofos de la antigüedad griega advertían sobre las bondades y los peligros de la democracia y la autocracia. Platón sostenía que la administración de los pueblos debía estar en las manos de los mejores porque el pueblo, la masa, era manipulable, voluble y sus actos eran consecuencia de sus emociones, fáciles de caer en las garras de populistas y demagogos. Proponía un gobierno en las manos de personas sabias y virtuosas. Por su lado, para Aristóteles el gobierno de unos pocos es mejor que el gobierno de muchos. No obstante, previene el origen de las tiranías como consecuencia de la autocracia.
A través de elecciones populares, algunas tiranías perversas se han establecido en la región y han frenado el bienestar de la gente. Aún así, ¿por esa misma democracia, la autocracia virtuosa, ejecutiva e innovadora le puede ofrecer a la población el bienestar que tanto espera?
COMENTARIOS