Marco Sipán
El elenco estable: el fracaso de la estrategia de la derecha
Momento de renovación en la política peruana
Durante los últimos años y con todas las vicisitudes del Gobierno, desde muy temprano la derecha ha intentado dar proyecciones electorales. Para ello desembarcó, “desde el saque”, al nacionalismo mediante la construcción de un discurso que se introdujo violentamente en el espacio público, acerca de una posible “reelección conyugal”. Posteriormente cada error de Ollanta Humala o Nadine Heredia estuvo acompañado de un gran despliegue sensacionalista. Tras las acusaciones de corrupción se inició la mayor campaña mediática de liquidación política a Ollanta y Nadine, y también al Gobierno y al Partido Nacionalista. Se intentó arrastrar junto a ellos a la izquierda y al movimiento popular, encasillando a los Humala en la izquierda, cosa que era nítidamente inverosímil.
También el movimiento popular pasó a enfrentarse al Gobierno. Las organizaciones sociales, políticas, gremiales y comunales, además de las personas progresistas, quedaron decepcionados tras el giro conservador de Ollanta en el conflicto por Conga. Así, se perdió el apoyo de los dirigentes de los sectores de trabajadores manuales e intelectuales, de la izquierda, de los grupos y colectivos de activistas altamente radicalizados (como las feministas), y de quienes se enfocan en la crítica a las diversas formas de dominación; es decir, de todos aquellos que en una campaña más o menos larga son un factor fundamental para una victoria.
Los partidos de izquierda que intentaron constituir espacios de consensos fracasaron. Al frente, la derecha sonreía, no necesitaba hacer mucho para derrotar a la izquierda, les preocupaba más el movimiento popular, que ha estado permanentemente haciendo tambalear a este gobierno. Entonces la derecha inició una campaña contra los dirigentes sociales (algunos ya habían sido “captados” por la corrupción); hasta que estallaron los “pulpines” (los jóvenes) y algo pasó, se resquebrajaron los sentidos comunes y el neoliberalismo comenzó a perder terreno. Ni la derecha ni la izquierda han percibido la magnitud de esa pérdida.
Meses previos a la convocatoria a las elecciones, sonrientes opinólogos —que dicen ser independientes en política, pero que asumen el neoliberalismo como “esencia vital”— afirmaban que había un “elenco estable” que encabezaba las encuestas, y que el modelo no tenía alguna amenaza electoral. Con la capitulación de Humala, creyeron que habían escarmentado al electorado. “Nada de improvisados”, pontificaban en todos los medios, y con esa lógica se trajeron abajo las candidaturas de Guzmán y Acuña.
Quisieron ganar desde antes de empezar la competencia. No dijeron nada sobre la concentración de los medios del Grupo Miró Quesada, pues creyeron controlar la opinión política de los ciudadanos mediante el gran monopolio mediático. Su soberbia hizo que se preparan para un paseo, en vez de prepararse para la batalla electoral.
Si al interior de los países no hay guerras internas constantemente es porque existen elecciones; por ello, no puede verse la política como el simple análisis de encuestas de opinión, de procedimientos legales o de la gestión técnica gubernamental. La política está inmersa en el complejo mundo de los procesos subjetivos. Por eso la simbología, el discurso, la conexión emocional con la gente es importante. Ese fue el error fundamental de la estrategia del “elenco estable”, entender a los ciudadanos solo como homo economicus y no como constructores de sentido que, en el momento actual, buscan nuevos discursos.
Se van agotando las formas de hacer política y entender lo público desde el pensamiento neoliberal. La gente busca alternativas no solo en la política, sino también en las distintas esferas de la sociedad. Se vienen tiempos de renovación.
Marco Sipán
















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