Carlos Adrianzén

Entre naciones limpias y sucias (I)

Nadie parece haber entendido la razón de la riqueza de las naciones

Entre naciones limpias y sucias (I)
Carlos Adrianzén
30 de julio del 2025


La idea detrás de estas líneas es puntual. Una nación es rica o pobre de acuerdo a si es limpia o sucia institucionalmente. Léase, corrupta, incumplida, caótica o abusiva. En una nación sucia, todos los esfuerzos que desarrollen sus pueblos y gobiernos estarán inexorablemente condenados al fracaso. Y sus naciones a la postración. 

Si no se limpian implacablemente sus instituciones nuestro país tendrá un presente y futuro encaminado a la pobreza y subdesarrollo. En sí mismo, éste es un artículo corto. Nos referirá meridianamente al porqué de las diferencias en los niveles de riqueza –o pobreza– de las naciones. Para hacerlo, enfocaremos estadísticas, y –a través de ellas y algo de economía– encauzaremos el porqué de la situación. Nótese que, de plano, descartaremos creencias o narrativas, por más generalmente aceptadas que estas puedan resultar hoy. 

Hacerlo describirá algo valioso: por qué en el planeta coexisten naciones tan ricas y tan pobres. O por qué razón –a pesar de lo que creemos en toda Latinoamérica y el Caribe– dibujamos recurrentemente la suerte de una recua de naciones heterogéneamente pobres; sin mayores expectativas de alcanzar razonablemente niveles altos de desarrollo económico en las décadas venideras.

 

El núcleo degenerado (a lo Nial Ferguson)

El objetivo de hacer este ejercicio resulta tremendamente útil. Interiorizarlo no nos permite seguir engañándonos. Somos naciones rezagadas por una razón consistente. Y, por lo tanto, es posible cambiar para bien. En el caso peruano, esto implica un cambio institucional en una escala que nunca hemos visto.

En estas líneas he preferido enfocar la contraposición entre un puñado de naciones exitosas (Singapur, Suecia y Suiza) y otro, de naciones latinoamericanas –incluyéndonos, además de a Brasil, México, Argentina,  Nicaragua o Bolivia–, usando estimados de desarrollo económico relativo y de gobernanza estatal extraídas de la base de indicadores de Desarrollo Global del Banco Mundial (WDI y WGI).

Al hacerlo en la primera figura, no quedan mayores márgenes para la ilusión. Las estadísticas del iluso vocablo de “desarrollo humano” nos engañan. No enfocan nada parecido a lo que sería una nación económicamente desarrollada; a menos que la ideología nos lleve a una ceguera poco defendible. Desde las otrora ricas Argentina o Venezuela, pasando por los parajes mexicanos o brasileños,  el Perú y Latinoamérica en la actualidad no se acercan a niveles de desarrollo económico relativo de primer mundo; o lucen encaminados hacia él. 

En cambio, las dos proxys de las otrora expectantes Venezuela o Cuba (me refiero a Bolivia, o Nicaragua), a lo largo del último quinquenio pasado, no alcanzaron ni cercanamente el 5% del producto por persona de un suizo. De hecho, usar respetuosamente las cifras oficiales de estas dos sangrientas dictaduras resultaría abiertamente risible. 

Hoy, no solo resultan naciones subdesarrolladas, sino también extremadamente pobres. Nótese el detalle central del subgrafo inferior. Los niveles de subdesarrollo relativo a suiza del Perú y el resto latinoamericano, nos deja una pregunta difícil de esquivar.

¿Por qué?

Y la respuesta resulta simple y demoledora. 

 

Nadie parece haber entendido la riqueza de las naciones

Lo que debimos haber aprendido de Adam Smith hace unos dos y medio siglos, eso de enriquecernos manteniendo en el tiempo un sistema de libertad natural –i.e.: que no se abuse de los ciudadanos– nunca lo incorporamos. Aquí se abusa del pueblo siempre; en diferentes escalas e intermitencias y con personajes de todos los colores; como repetía dos siglos atrás un venezolano sicario de los ingleses. 

Siempre se gobernó para lucro del dictador de turno o de sus mercaderes. El capitalismo en el gobierno de una nación en la Latinoamérica de estos tiempos es, pues, una farsa. Una suerte de broma de mal gusto. Los gráficos adjuntos –todos– descubren que nuestros niveles de corrupción burocrática, incumplimiento de la ley, baja calidad regulatoria y tolerancia a la violencia ideológica afín registran valores normalizados deplorables en largos periodos. Muy inferiores a los que se observan en naciones desarrolladas. 

Nada pues resulta casual aquí. En el Perú y en la región la suciedad institucional es la norma.

(viene la continuación)

Carlos Adrianzén
30 de julio del 2025

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