Iván Arenas
Los dos errores de García
Será la historia la que finalmente lo juzgará

Durante cinco años, el nadinismo –que inauguró una nueva forma de hacer character assassination– desarrolló una estrategia de lapidación política contra Alan García, semejante a lo que hicieron los medios montesinistas a fines de los noventa con los principales políticos de oposición. Durante esos cinco años, dos medios enemigos declarados de García, ambos también con muy baja lectoría, le dedicaron portadas cada día, cada una más visceral que otra.
El nadinismo, como dijimos, actualizó una forma de linchamiento político y mediático que no lo utilizaron Toledo ni el propio García contra sus adversarios. Se financiaba vía publicidad estatal a un sector de medios, y luego estos se encargaban de construir los sentidos comunes en línea con lo que gustaba al régimen de Heredia. Sí, estimado lector, finalmente era de Heredia.
García creyó que las más de 150,000 obras que hizo su segundo gobierno serían al final, en la balanza de la historia, las que pesarían más. Ese fue uno de sus yerros. Por eso, quizá jamás se ocupó de desarrollar una estrategia propia para "deconstruir" todas las percepciones negativas que a diario un sector de medios, analistas y periodistas levantaban e insistían contra él. Por ejemplo, de los casi 4,000 indultos, que decían sus enemigos había autorizado. Al final Facundo Chinguel, su supuesto cómplice, fue procesado solo por dos.
Los medios hoy –más aún en el contexto peculiar peruano, con una democracia sin partidos, con una sociedad informal y con la cuarta revolución digital a cuestas– se han convertido en las máquinas perfectas para crear relatos. Al final, la política es también la guerra por el relato. Quién construye e impone el relato es casi siempre el vencedor.
Cuesta creer que un lector tan afamado de Maquiavelo olvide los principios básicos de El Príncipe y olvide que los profetas deben procurar estar armados de lo contrario son devorados por los lobos. García sin el poder presidencial era un profeta desarmado.
¿Fue exceso de confianza? ¿Desidia? ¿Vanidad? No se sabe. Aún hoy, tiempo después de su muerte, queda la pregunta de por qué un político de naturaleza maquiavélica como García no previó que al dejar su gobierno, aquellos periodistas y medios, que en su día lo apoyaron y bailaron con él en el plató de televisión, se encargarían de destruirlo. Y sobre todo por qué no tuvo una estrategia de prevención de defensa política y mediática que –como repetimos– impida que el ciudadano común y silvestre se quede al final del día con una imagen negativa del gobierno que, luego de Leguía y del primer belaundismo, construyó más obras en la República.
No obstante, García además tuvo otro yerro máximo. Durante su segundo gobierno le dio parcelas de responsabilidad estatal a la izquierda mesocrática. Sí, a esa misma izquierda caviar y mesocrática que luego sería la punta de lanza de la persecución en su contra. ¿Creyó García domesticar, otorgándole poder, a la izquierda criolla, cuya vocación estatal es voraz y que para ello incluso apoyó a Alberto Fujimori y gobernó con él los primeros años?
Quizá García, y lo ponemos en condicional, se equivocó al equipar al fujimorismo albertista, su adversario durante los noventa con la izquierda mesocrática. Y se equivocó porque, si bien el fujimorismo albertista fue un adversario circunstancial, la historia es otra con la izquierda mesocrática, un enemigo histórico no de García solamente sino del Apra en general, y que contribuyó a la exclusión del aprismo de la vida democrática en el siglo XX.
Hoy García está muerto y el nadinismo mediático continúa, porque a Vizcarra le sirve para poder ocultar su defectos de gobierno. Quizá a García sea la historia la que lo juzgue. La pelea, por ahora, es saber quiénes serán los historiadores.
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