La presidente Dina Boluarte en su mensaje presidencial mencion...
Durante el mensaje de Fiestas Patrias la presidente de la República, Dina Boluarte, aseveró que el déficit fiscal este año se ubicaría entre 2.6% y 2.8% del PBI. Unas horas después desde el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) se reveló que la proyección del déficit se mantenía en 2.2% del PBI. Una buena noticia en medio del descontrol del déficit fiscal, considerando que el actual titular del MEF, Raúl Pérez Reyes, unos días después de asumir el cargo, señaló que el Ejecutivo pediría ampliar la trayectoria fiscal para este año de 2.2% a 2.8% del PBI.
En cualquier caso las sumas y restas se desarrollaron con precisión y en el Ejecutivo se precisó –luego del mensaje presidencial– que la regla fiscal no se movía, sobre todo porque la evidente reactivación de la economía representará un aumento de la recaudación fiscal. En el mensaje presidencial se informó que en el segundo trimestre de este año los ingresos tributarios alcanzaron un superávit de 0.7% del PBI, y en lo que va de este año la recaudación fiscal suma un incremento de 14.6% del PBI. Tremendas, significativas noticias, para un país que avanzaba a incumplir por tres años la regla fiscal y ponía en peligro los grados de inversión obtenidos a través del esfuerzo de varias generaciones del país.
Sobre el tema vale recordar que el 2023 el Perú proyectó un déficit fiscal de 2.4% del PBI; sin embargo, al final de ese año el hueco fiscal llegó al 2.8% del PBI, una cifra que fue posible por un cuestionado adelanto de utilidades del Banco de la Nación que ingresó el balance de las cuentas nacionales. De lo contrario el déficit habría llegado a 3.3% del PBI. En el 2024 las cosas se agravaron. Se proyectó un déficit de 2 % del PBI, pero el Ejecutivo amplió la regla fiscal a 2.8% del PBI; no obstante, se llegó a sumar 3.6% del PBI.
El manejo del déficit fiscal, una variable en la que el Perú era uno de los mejores del mundo, comenzó a salirse de control desde la llegada al poder de Pedro Castillo y la sucesión constitucional de Dina Boluarte y, por supuesto, el problema se fermentó desde la construcción y desarrollo de un Estado burocrático a partir de la administración de Ollanta Humala.
Hoy gracias a la mínima estabilidad conseguida luego de haberse derrotado la estrategia aventurera de una nueva vacancia presidencial que promovieron las izquierdas progresistas, la economía y la inversión privada comienzan a reactivarse y, consiguientemente, aumenta la recaudación tributaria y se aleja el fantasma de un tercer año consecutivo de incumplimiento de la regla fiscal. Salvados por la campana, como se dice.
Sin embargo, el verdadero problema está como una cordillera ante nuestros ojos. El Estado burocrático con su multitud de sobrerregulaciones, ministerios, oficinas y burócratas se ha convertido en una amenaza permanente de la estabilidad fiscal. Vale subrayar que el gobierno central, los gobiernos regionales, los municipios y las empresas públicas consumen entre 25% y 30% del PBI nacional de cerca de US$ 270,000 millones. Una cifra descomunal considerando nuestra condición de sociedad de ingreso medio, el tamaño de la economía y la precariedad de los servicios públicos que atiende el Estado.
El despilfarro ha sido la característica del Estado burocrático. Un Ejecutivo con 19 ministerios, la mitad de los cuales no cumple ninguna función social y solo sirve para las agendas ideológicas del wokismo progresista y las planillas abultadas de las izquierdas. Por ejemplo, entre los ministerios del Ambiente, de la Mujer y de Cultura se consumen alrededor de S/ 3,000 millones anuales, una suma que proyectada en diez años representa S/. 30,000 millones al Estado, con tendencia al incremento por el constante aumento del gasto corriente.
Ante esta situación “la ortodoxia del Estado burocrático” o también llamado “progresismo consciente”, pugnará por mayores impuestos al sector privado y los ciudadanos, tal como se desarrolló la estrategia socializante de los estados en Europa, que ha llevado al relegamiento total de este continente del concierto mundial.
Muy por el contrario, los defensores de las libertades, los verdaderos ortodoxos de la economía apuntaremos a pulverizar el Estado burocrático –tal como se hizo en los noventa con el Estado empresario– y a reducir impuestos para trasladar riqueza al sector privado y promover la inversión y reinversión permanente.
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