Alejandro Arestegui

El oso ruso vuelve a su cueva

Sobre la reciente medida de desrusificación en Azerbaiyán

El oso ruso vuelve a su cueva
Alejandro Arestegui
26 de septiembre del 2025

 

Cuando se habla de Rusia en el ámbito geopolítico, casi todas las noticias giran en torno a su campaña militar en Ucrania. A más de tres años de la invasión, muchos califican la estrategia de Putin como un fracaso militar. Sin embargo, la verdadera derrota rusa no ocurre en el campo de batalla, sino en los planos político, ideológico y cultural. El fenómeno clave es la “desrusificación”, un proceso en marcha desde hace décadas, pero que en los últimos años se ha acelerado y amenaza con transformar la realidad de varios países.

La desrusificación es un proceso cultural y político que se da en países que alguna vez formaron parte del Imperio Ruso o de la Unión Soviética. Su objetivo es restaurar la identidad nacional previa a la dominación rusa: recuperar lenguas, religiones y costumbres autóctonas suprimidas, sobre todo a partir del siglo XIX.

El fenómeno no es nuevo. Finlandia fue uno de los primeros países en aplicarlo con éxito tras librarse del dominio ruso en el siglo XIX. Luego resistió tanto a los bolcheviques en 1918 como al Ejército Rojo en 1939, preservando su independencia y eliminando paulatinamente rastros de cultura rusa. Algo similar ocurrió en Kars, devuelta a Turquía en 1920, y en Harbin, ciudad de Manchuria que también borró la huella rusa.

La disolución de la Unión Soviética en 1991 abrió una nueva etapa. Muchas repúblicas vieron en Rusia no un socio, sino el principal destructor de su cultura. Con el debilitamiento de Moscú, la desrusificación cobró fuerza.  En Asia Central, países como Turkmenistán, Uzbekistán y más recientemente Kazajistán abandonaron el alfabeto cirílico para adoptar el latino. En las capitales bálticas y centroasiáticas, estatuas de Lenin, Stalin y Marx fueron derribadas y reemplazadas por héroes nacionales. A finales de los noventa, además, cientos de miles de rusos asentados en las repúblicas soviéticas regresaron a Rusia.

El ejemplo más claro es Azerbaiyán. Independizado en 1991, mantuvo vínculos con Moscú, pero nunca consideró a Rusia un aliado confiable. Durante la primera guerra del Qarabağ, Moscú apoyó secretamente a Armenia, lo que empujó a Bakú hacia Turquía, con quien comparte lazos culturales, lingüísticos y religiosos. Esa alianza resultó fructífera: el apoyo militar turco fue decisivo en 2020 para recuperar parte del Qarabağ, y en 2023 Turquía respaldó la reincorporación total del territorio. A su vez, Occidente comenzó a ver en Azerbaiyán un socio estratégico capaz de suministrar gas natural y reducir la dependencia de los hidrocarburos rusos.

Hoy, Bakú avanza hacia una ruptura definitiva. El gobierno cerró las escuelas financiadas por Moscú y anunció que el ruso desaparecerá del currículo educativo en 2025. Es una decisión simbólica y práctica: cortar los últimos lazos con un país que durante siglos dominó al Cáucaso. Rusia, debilitada por la guerra en Ucrania, carece de recursos para revertir esta situación. No puede financiar oposiciones ni imponer cambios de régimen, y su desprestigio militar refuerza la confianza de los azeríes, respaldados además por Turquía, miembro de la OTAN.

La pérdida de influencia en el Cáucaso es uno de los efectos más visibles de la invasión a Ucrania. Rusia apenas conserva algo de presencia en Georgia gracias al partido “Sueño Georgiano”, pero cada vez es más cuestionada. Armenia, su aliado histórico, se aproxima a Occidente, sobre todo a Francia, y explora una reconciliación con Azerbaiyán en negociaciones de las que Moscú ha quedado al margen.

La relación con Azerbaiyán es aún peor. El derribo de un avión civil azerí en 2024 y los ataques a comunidades azeríes en Rusia deterioraron aún más la confianza. Estos episodios no solo alimentan tensiones diplomáticas, sino que aceleran la eliminación de la cultura rusa en la región.

El precio de la invasión a Ucrania va mucho más allá de las bajas humanas, los miles de millones gastados y los problemas internos en Rusia. El costo estratégico es la pérdida de influencia en el extranjero. La desrusificación, que antes avanzaba lentamente, ahora se multiplica en distintas regiones. La imagen de Rusia como potencia garante de estabilidad se desploma.

El Kremlin insiste en que la “operación especial” fortalecerá al país, pero la realidad es otra: su esfera de influencia se reduce a pasos acelerados. Incluso fuera de Eurasia, Rusia pierde aliados. Siria ya no depende exclusivamente de Moscú, y Venezuela podría seguir el mismo camino.

Sea cual sea el desenlace de la guerra en Ucrania, el poder ruso previo a 2022 parece condenado a desaparecer. La pérdida de prestigio, la erosión de sus alianzas y la creciente desrusificación en su vecindario inmediato marcan un punto de no retorno. Las decisiones de Putin y de la élite que lo rodea han empujado al país a un aislamiento creciente. El futuro de Rusia está lleno de escenarios posibles, pero todos apuntan a una conclusión: su margen de maniobra geopolítica se reduce día a día, y su capacidad de proyectar poder ya no es la de antes.

Alejandro Arestegui
26 de septiembre del 2025

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