Mariana de los Ríos

Una batalla tras otra: furia en movimiento

Paul Thomas Anderson reimagina una novela de Thomas Pynchon

Una batalla tras otra: furia en movimiento
Mariana de los Ríos
25 de noviembre del 2025

 

La película Una batalla tras otra (2025), del reconocido director Paul Thomas Anderson (California, 1970) arranca con tanta energía que parece nacer en pleno clímax. Anderson toma Vineland (1990), la novela de Thomas Pynchon, y la rehace como una obra propia, en la que la acción empuja cada escena y la sátira política fluye sin aspavientos. El film se inicia en la frontera entre México y Estados Unidos, con un operativo fulminante a cargo del grupo revolucionario French 75. Ese comienzo, movido por la intensidad y la urgencia, fija el tono: nada aquí se detiene y cada gesto tiene la fuerza de un golpe seco que obliga a avanzar sin pausa.

Perfidia Beverly Hills, interpretada por Teyana Taylor (Nueva York, 1990), lidera la operación con una mezcla de cálculo y rabia que define su figura desde el principio. Su enfrentamiento con el coronel Steven Lockjaw, interpretado por Sean Penn, desata una tensión que no se disipa, porque él queda marcado por una obsesión enfermiza que moverá la historia durante años. Anderson aprovecha ese vínculo torcido para mostrar cómo el poder se aferra a sus fantasías más oscuras. A su vez, introduce un retrato colectivo de la rebelión, en el que los personajes se mueven entre ideales confusos, riesgos reales y una urgencia que nunca disminuye.

En medio de esa vorágine aparece Bob Ferguson, interpretado por Leonardo DiCaprio (Los Ángeles, 1974), más torpe, más humano, más perdido que el resto. Su papel en French 75 es secundario, pero su presencia aporta un pulso emocional distinto. Es un hombre dividido entre su compromiso político y las limitaciones de una vida que lo supera. Anderson lo presenta envuelto en humor, desorden y miedo, sin ocultar sus dudas. La misión en la frontera se convierte para él en un punto de quiebre que marcará la relación con Perfidia y el destino de Willa, la hija que criará años después.

Cuando la historia salta dieciséis años, el conflicto sigue vivo, pero se ha transformado. Bob intenta cuidar a Willa mientras su memoria, su cuerpo y su disciplina política se deterioran. Lockjaw continúa obsesionado con Perfidia y con todo lo que ella simbolizaba, y esa fijación desata nuevos operativos que obligan a antiguos aliados a reactivarse. Derandra, una de las integrantes de French 75, reaparece para proteger a Willa, desencadenando una fuga marcada por errores, confusiones tácticas y una velocidad que no concede respiro. Bob, incapaz de recordar códigos ni instrucciones básicas, se ve empujado a una búsqueda desesperada para reunir a su familia.

El ritmo visual sostiene esta maquinaria. Michael Bauman, director de fotografía, opta por planos que siguen atentamente y de cerca el movimiento. No hay ornamentos innecesarios, solo desplazamientos constantes que amplifican la tensión. La música de Jonny Greenwood refuerza ese estado nervioso: notas aisladas, casi incómodas, acompañan largas secuencias y funcionan como un pulso interno que nunca permite relajarse. Anderson construye así un espacio que vibra, en el que cada decisión parece tomada en medio del vértigo y cada escena mantiene la sensación de que algo está a punto de quebrarse.

Hacia la mitad de la película empiezan a asomar los temas más densos. Anderson introduce una disputa por la memoria que da sentido profundo al enfrentamiento entre French 75 y el aparato militar. La historia gira hacia la idea de que hay poderes interesados en borrar, distorsionar y controlar los relatos del pasado. Lockjaw, más allá de sus rasgos grotescos, representa esa voluntad de manipular lo que se recuerda. La persecución ya no es solo física. Es también una batalla contra la desinformación y contra la comodidad de aceptar una versión oficial que oculta las partes incómodas de la historia.

En ese marco, las actuaciones sostienen la tensión. DiCaprio aporta una fragilidad honesta, un desconcierto que lo vuelve cercano y que equilibra la desmesura de su entorno. Willa, interpretada por Chase Infiniti, añade lucidez y una firmeza que empuja la narración hacia su costado sentimental. Taylor domina la primera mitad con una presencia firme y estratégica, mientras que Penn construye un antagonista inquietante, exagerado e incómodo. Esa mezcla permite que la película oscile entre lo absurdo y lo inquietante sin perder cohesión. El frenesí puede cansar, pero la historia mantiene sentido porque nunca abandona la humanidad de sus personajes.

Una batalla tras otra es irregular, excesiva y adictiva, y en ese desorden radica parte de su encanto. Anderson apuesta por una película que entretiene sin renunciar a la crítica. No moraliza ni se hunde en el cinismo. Defiende la resistencia como una forma de existir. En su tramo final, propone una idea sencilla: cada batalla importa porque evita que la historia se convierta en una pieza moldeada por quienes buscan borrar la memoria. La película respira en esa convicción y deja claro que, incluso en el caos, hay algo que vale la pena proteger.

Mariana de los Ríos
25 de noviembre del 2025

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